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HNO. VICTOR FLORENTINO

Nombre Civil: Aurelio Puebla Herrero.

Fecha de Nacimiento: 16/06/1900.

Lugar de Nacimiento: Villa Nuño de Valdavia — España.

Fecha de Profesión: 06/01/1918.

Fecha de Defunsión: 15/06/1971.

Estable 1900 – 1971.
Nacimiento: 16.06.1900 — España.
22.09.1913: Junior en Carrión de los Condes.
23.08.1916: En Buenos Aires.
24.08.1916: Postulante.
06.01.1917: Toma de Hábito.
06.01.1918: Primera Profesión.
27.12.1922: Profesión Perpetua in articulo mortis.
13.01.1935: Votos de Estabilidad.
En Argentina: 55 Años.
Vida Activa: 22 Años.
Enfermo, postrado, 33 Años.
Enfermero de lujo: H. Paulius.
Últimos 16 Años: En Villa San José y con dificultades de sordera.
Fallecimiento: +15.06.1971 — 71 Años.

Aurelio Puebla Herrero. Probadísimo varón en sufrimientos, permaneció en el lecho los últimos años de su vida. Los mismos de la edad atribuida a Nuestro Señor, 33 años.
Palentino de provincia, nació en Villa Nuño de Valdavia, el último año del siglo XIX. Victorino de la Puebla Primo fue su padre, quien ejerció el trabajo de molinero (+1923). Luisa Herrero Iglesias, su madre (+1936). Por parte de ella, es primo de nuestros Hermanos Herrero.
Eran 4 hermanos varones y 4 mujeres. En la ficha figuran sus hermanos Severino y Nicerato, únicos en vida. Con domicilio en Barcelona el primero. Nicerato reside en Olivos (B), Av. Maipú 2104. (1998).
Consta una visita de familia, en abril de 1933. El plan se completaba con la realización del Segundo Noviciado, pero su salud no lo permitió. Titulaciones: Aptitud Pedagógica, 1933. Título Elemental del Magisterio, 1924. Secundaria: Resolución Ministerial de 1930. Obtuvo Libreta de Enrolamiento Argentina. En la grilla, observaremos que, en su período activo, hay frecuentes lapsos menores de un año. Están íntimamente en relación con las variaciones tan poco positivas en su estado de salud.

A continuación tenemos las páginas que le están dedicadas en la revista LUJÁN, tomo 1971, pág. 24 – 32, que no se trasladan íntegramente.(1)Vale la pena leerlas por entero. El autor es, nada menos, el Hno. Paulius, su enfermero durante más de 16 años.

Hno. Victor Florentino.
Nació el 16 de junio de 1900 y fue hijo de don Victorino Puebla y de doña Luisa Herrero Iglesias. Fue bautizado el 20 de junio de 1900 y confirmado el 1 de octubre de 1902. Obtuvo permiso para ir a Carrión, al Juniorado, el 16 de setiembre de 1913, de donde vino a la Argentina en mayo de 1916.
Tomó el hábito el 6 de enero de 1917 e hizo la profesión perpetua el ll de marzo de 1923. Emitió el voto de estabilidad el 13 de enero de 1935.
Guardó cama desde el 4 de enero de 1938 y estuvo en Luján desde el 17 de junio de 1955. No se sentó más para comer y asearse desde el 14 de noviembre de 1962.
Celebró con varios de sus cohermanos las Bodas de Oro de su Toma de Hábito el 6 de enero de 1967. Entre ellos, los Hnos. Aurelio Apolinar, Cirilo Cándido (Bajo García) y Enrique Marcelo. Voló al cielo a la una de la tarde del 15 de junio de 1971, un día antes de cumplir sus 71 años de vida.
Avellanas. Obtenido el permiso de trasladarse a la Argentina con otros juniores y realizada la visita de despedida a sus familiares, resultó que el Hermano encargado de acompañarlos no estaba listo. Aurelio Puebla fue dirigido a las Avellanas para empezar el Postulantado.
Consideró siempre como un favor del cielo haber vivido en el viejo convento de las Avellanas y conocido al Hno. Pablo María, primer Provincial de España y al santo H. Job, entonces Maestro de Novicios.

Historia de su enfermedad. Era director del Juniorado cuando cayó enfermo. Guardó cama desde el 4 de marzo de 1938.Empezó con una tuberculosis pulmonar que se dominó, al parecer, pero pronto un riñón fue atacado y debieron sacárselo. Luego el mal pasó a los huesos. Fue enyesado pero los huesos no se soldaron, quedando con la pierna derecha atrofiada y separada del tronco, condenado a guardar cama toda la vida.
Entonces comenzaron las estaciones de su vía crucis. Después de Mar del Plata donde fuera enviado estuvo en una clínica en Buenos Aires: el Sanatorio San José, del Círculo de Obreros, en donde conoció al Cardenal Copello. Después pasó por bastante tiempo al Sanatorio de Montaña de Alta Gracia.
Como era incurable su enfermedad, allí no podía permanecer. Comenzaron entonces esos veinte años y más pasados felizmente con sus Hermanos en la Casa de la Sagrada Familia, en Villa Champagnat y en la Villa San José.
En Villa San José. Destinado por el Hno. Félix Valentín, Provincial, para atenderlo, me trasladé a Villa Champagnat y el 2 de febrero de 1952 me hice cargo del enfermo en reemplazo del Hno. Vital.
El Hno. Víctor F. Me decía: “Por fin podré asistir a alguna Toma de Hábito.” Pero Dios disponía otra cosa.

El estado del enfermo fue empeorando y después de una consulta y siguiendo el consejo del iriólogo, se decidió trasladarlo a Buenos Aires.
Hicimos noche en Marcos Juárez, almorzamos en Rosario y por la noche nos recibieron nuestros Hermanos de la Casa de la Sgda. Familia.
Allí estábamos cuando tuvo lugar en 1955 la quema de las iglesias en la noche del 16 de junio, día del cumpleaños del H. Víctor F. Como corría el rumor de que pronto les iba a tocar el turno a los conventos, el Hno. Provincial dijo: “Nosotros tenemos piernas para salvarnos, pero ¿el enfermo?” Entonces habló a Luján y se comprometió una empresa a mandar una ambulancia en busca del enfermo, el mismo día. En efecto, el 17 a las nueve de la noche salíamos de Buenos Aires para Luján, llegando a las 24 al portón del colegio.
El portón estaba abierto, custodiado por un policía. Paramos para identificarnos y el agente del orden dijo: “Está bien, los esperábamos, pasen adelante.” Se hizo a un lado y entramos en la Villa San José. Al parar frente al portón de la Villa, el Hno. Mariano, que nos esperaba, después de saludarnos nos anuncia que todos los Padres de la Basílica, los Hermanos del Colegio y los de la Villa San José han sido alojados en la Policía y allí se encuentran en compañía del mismo Hno. Asistente General, H. Sebastiani, quien se hallaba con fiebre. Se habían quedado ese día sin misa ni comunión, ¡y era el día del Sagrado Corazón!

En la Villa habíamos permanecido 16 años cuando Dios tuvo a bien separarnos para recompensar a nuestro santo mártir, H. Víctor Florentino.
¿Cómo era su vida? ¿Qué hacía durante los días tan largos y la soledad a que le condenaba su casi completa sordera? Besaba ese crucifijo de su profesión que tenía siempre sobre su pecho o almohada como signo de resignación o, mejor aún, de conformidad con la voluntad de Dios, verdadero secreto de su santidad.
¿Qué hacía? Lo mismo que nosotros: rezaba, oía misa, comulgaba, comía, se aseaba, trabajaba, leía, y descansaba si podía. Pero, descubramos el velo que lo cubría, abramos la puerta de su cuarto y veremos lo que hacía y cómo lo hacía.
Si un ángel de Dios le hubiera dicho que moriría después de 33 años, 3 meses y 11 días, o sea, después de l2.146 días de cama, ¿qué habría pensado? ¿qué habría dicho el pobre enfermo de sólo 38 años? ¿cómo resignarse a semejante cruz? Pero Dios en su infinita bondad nos tiene oculto el día de nuestra muerte y nos dice “Estote parati”, “Estad preparados.”
Confesábase generalmente el martes, día de confesión para la comunidad, y si se le preguntaba si había pensado que era día de confesión, contestaba invariablemente: “Yo estoy listo”.
Para prevenir un posible ataque de corazón (había tenido un infarto hace unos años) al que, según la opinión del médico estaba expuesto, pidió al Padre Policarpo que le hiciera una visita todas las noches después de la cena. Habiendo tenido que guardar cama el P. Policarpo, hizo venir al Padre Estanislao.

De familia de molineros, comprendió el misterio de la harina. Desde el cuérnago de su pueblo, captó que no la hay sin molienda, piedra contra piedra, triturando hasta polvo el trigo. Sólo entonces habrá bolsa y pan. Y hará el Señor, con nosotros, su Eucaristía.
Víctor Florentino: trigo, harina, pan, Eucaristía, en un summum de molienda para ofrenda. Grado 33. (El máximo, como en la masonería).

Los comandos. Eran tres perillas. Bajaban al alcance de la mano derecha del enfermo. Una para la luz. Otra accionaba el ventilador en verano, la estufa eléctrica en invierno y siempre para la máquina de afeitar; la última accionaba la chicharra para llamar al enfermero, en cuyo cuarto sonaba. Imitando al H. Vital, solía decir: “Son los comandos, aquí mando yo”.
Camilla – cama. Tengo entendido que al principio usó muletas, pero ya en Villa Champagnat se lo acompañaba a la capilla con un sillón de ruedas. En la Casa de la S. Familia, una silla con ruedas, más fácil a causa de los desniveles del piso. Lo mismo en Luján, mientras pudo vestirse y hacer algunos movimientos sin excesivo dolor. Más tarde se deslizaba sobre una camilla. Cuando esto no pudo ser, entonces se lo alzaba envuelto en una sábana y, así, sobre la camilla. Y, cuando ni esto se pudo, ¡cuántas misas habrá perdido, con gran sentimiento para su alma!
Pero, la caridad es ingeniosa. Los Hermanos Elías Gustavo (Serapio Cuesta), Director, y Samuel , enfermero, hicieron agrandar las puertas de su cuarto y las del coro de la capilla y poner ruedas de goma a la cama del paciente. Así pudo trasladarse a la capilla de la galería solarium donde desde su puesto y por un espejo convenientemente colocado, veía al sacerdote durante la celebración de la misa, lo que era para el santo enfermo una felicísima realidad. Muchas fueron los conductores ocasionales de la cama, y se disputaban ese honor. Pero cabe señalar por su puntualidad y suave manejo a los Hermanos Gabriel Sordini y Roberto Vighetto.

Entre sus libros había dos que apreciaba mucho: los Tres Libros del Cristiano, obsequio del H. Valero, su antiguo Provincial, y un misal, obsequio del H. Félix Valentín, Provincial, en 1957. En su cuarto, nombremos lo que aún vemos en él: el Crucifijo, un cuadro de la Sgda. Familia traído de la Editorial, otro del Beato Fundador, una silla de Viena procedente de Pergamino, y un ropero pobrísimo de ropa, pero allí estaba suspendida su querida sotana que no se había vuelto a poner desde las Bodas de Oro y esperaba para después de su muerte revestirla por última vez.
Otros extremos No se trascribe textualmente. Amor a la limpieza, en su persona y elementos a su uso. La exigía para su cuarto. Muy prolijo en su aseo. A causa de la postura, le insumía largo tiempo. Peluquero, lo pedía cada tres semanas. Trasladaba consigo la máquina. Pelo corto, tupido y blanco, cara llena, no aparentaba tener la edad que tenía ni su carácter de enfermo. Sudorosidad un tanto grasa lo llevaba a renovar seguido el forro de sus libros. Renovación frecuente de ropa de cama, personal y de servicio. Pulcro mantel para sus comidas. Si aparecía alguna mancha, decía: “Buenos estamos… a tal día de la semana”. Sus cubiertos presentaban el monograma de María. Regalo recibido del Hno. Simón Renato, uno de los fundadores de Uruguay. Se los obsequió en Mar del Plata, al comienzo de su dolencia, y los había traído de Alemania. Se entregaron a su hermano como recuerdo. Marcaba su ropa personal y de cama. La remendaba como un práctico del oficio. Un mantel traído de Bs. Aires 16 años atrás, lo usaba hasta hace muy pocos meses.

Desde el 14.11.1962 no se sentó más para comer y asearse. Desayuno: café con leche con miel, un poco de pan. Almuerzo: sopa de fideos con caldo de verdura, sin sal, a veces un poco de extracto de carne, puré sin aderezo alguno, salvo el mismo caldo. Un poco de dulce de batata. Merienda, café c/leche bebido. Cena: sopa como a mediodía, una leve porción de quáker preparado con caldo. Dulce. Algo típico le era unos sorbos de caldo al finalizar sus comidas, a modo de enjuague. Fue fiel a tan simple menú los postreros años de su vida, sin alteraciones debidas a fiestas, brindis ni banquetes. De olfato fino, sabía si la comunidad comía pescado, o si, en algún próximo alrededor, se estaba preparando asado. De este modo, decía que, a lo menos, participaba por el olor.
Asistía a la Misa de Media Noche en Navidad y cuando a la mañana se le llevaba la parte del reveillon y el lote del Árbol de Navidad que le había correspondido se alegraba de poder ofrecer algo a los niños pobres del Padre Policarpo o del Hno. Pablo Bajo. Así cuida la Congregación a sus enfermos y el Hno Conrado, cuando fuera Director de la Villa San José, afirmaba: “Ni un príncipe está mejor cuidado que nuestro Hno. Víctor Florentino”.

En medio de su enfermedad era ingenioso y ameno en su trato y en su conversación. Cuando alguno, como chanceándose le preguntaba cuál retiro pensaba hacer contestaba invariablemente: “Desde el 1 de enero al 31 de diciembre estoy permanentemente en retiro”. Siempre tenía la sonrisa en los labios.
Obediente hasta el extremo se le encontró una libretita en la que se hallaba escrito: “solicito permiso para tener un reloj, una lapicera fuente y un par de tijeritas.” Luego, año tras año se veían las firmas de los sucesivos Hermanos Provinciales desde 1951 con la del Hno. Félix Valentín hasta la de l970 con la del Hno. Esteban Suárez.
Para él lo principal del retiro era la entrevista con el Hno. Provincial, la renovación de los votos y la consagración a la Santísima Virgen. “ Para el retiro, el mejor libro es el rosario,” decía.

Fue siempre fidelísimo en la práctica del mes del Sagrado Corazón de Jesús, del mes de María y el mes de San José.
Aunque siempre preparado a comparecer ante el Señor, el Hno. Víctor obraba como si la muerte estuviera lejana aún. Había resistido y luchado victoriosamente varias crisis de riñón, hígado, corazón, intestinos, con ayuda de su fiel y atento Dr. Lázaro, que nunca perdía la esperanza, siendo naturalmente optimista.
Pero se alarmó de veras cuando pasado lo peor de una gripe y sus complicaciones y ya empezaba a reponerse, tuvo unos vómitos en los que no había ni bilis ni comida.
Por tanto, una mala gripe y sus complicaciones, y sobre todo su débil corazón, fueron la causa inmediata del desenlace fatal.
Fue administrado con perfecto conocimiento el domingo 13 a las 14 horas, rodeado de los Hermanos de la comunidad. Le faltaba un día para cumplir los 71 años.

Revestido de su querida sotana, que no había vuelto a poner desde las Bodas de Oro en 1967, con los ojos modestamente cerrados, se habrá presentado acompañado de nuestra querida Madre ante el Divino Juez.
En nuestro libro de Enseñanzas Espirituales leemos esta frase del Cardenal Bona: “El religioso empuñará la palma del martirio”. Pero, ¿qué habrá dicho de este verdadero religioso que guardó cama durante 33 años?
No existiendo la profesión, no sucedió con el Santo Job. Sí, permítasenos, con el H. Víctor Florentino. Lo fue despojando, paso a paso, de todo. Con esta diferencia: sí lo “tocó” en su persona. Pobre diablo. Aquí lo tenemos, esperando turno. Fue el 15 de junio de 1971. Ya había dado el reloj la hora trece. ¡ Bendito sea Dios!

¿Cómo no recordar la santa amistad que se profesaba con su enfermero, el Hno. Paulius? Tan diferentes en manera de ser, y tan afines en su relación y mutua simpatía marista. Era, más que de ver, de oír a los dos , tan sordos, cuando ya los audífonos no resultaban, tratar de entenderse. Al no lograrlo, en vez de impaciencia, era el H. Víctor quien decía a su enfermero: “Lo que sucede es que Vd. habla mal, y yo no le entiendo.” Para luego reír ambos. En la Villa podíamos poner nuestros relojes en hora, al ver al H. Paulius llevar la merienda a su cohermano. Sin dudar, eran las 17.
Falleció un día martes, con 71 años menos un día y 54 de vida religiosa.

“Cuando el H. Ruperto entró en el Juniorado, en el año 1933, el Director era el queridísimo Hno. Víctor Florentino. Era la bondad personificada. El H. Ruperto se llamaba Guillermo Francisco Casto. Era díscolo y superficial al máximo, no por maldad, sino por atolondrado. Era imposible hacerle guardar silencio y no disiparse. Pues bien, una buena vez, no recuerdo qué fechoría habré hecho, lo que sé es que fui llamado por el H. Director. Subo a su cuarto, al término de la escalera, y con la sensación de que iba a ser echado, entro, recibo una solemne reprimenda y… ¿el castigo…?
”¡Venga aquí, béseme la mano!” ¡Increíble!! ¡El mayor castigo de mi vida!
Cuando yo recibí el hábito, el 2 de febrero de 1938, ese mismo día, el Hno. Víctor Florentino se ponía en cama para el resto de sus días.
Para mí, el H. Víctor F. fue, sin lugar a dudas, el puntal de mi vocación, lo sentí y lo siento como mi ángel protector. Seguramente sus dolencias fueron ofrecidas como víctima”.

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