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HNO. VICTOR DIONISIO

Nombre Civil: Carroll Dionisio.

Fecha de Nacimiento: 05/09/1905.

Lugar de Nacimiento: San Andrés de Giles — Provincia de Buenos Aires — Argentina.

Fecha de Profesión: 02/01/1923.

Fecha de Defunsión: 28/07/1968.

Estable 1905 – 1967.
Nacimiento: 05.09.1905 — San Andrés de Giles.
?. ?.1921: Postulante **.
02.02.1922: Toma de Hábito.
02.01.1923: Primera Profesión.
Enero-diciembre ’23: Escolástico.
08.01.1928: Profesión Perpetua.
02.02.1952: Voto Estabilidad.
No hizo II Noviciado.
Labor apostólica: siempre en Enseñanza Primaria.
Fallecimiento: +28.07.1968 — Mar del Plata 63 Años.
** Fecha imposible. Conjeturamos.

Carroll Dionisio, era del vecino pueblo a Luján. Su padre Dionisio. Su madre, María Vard. Faltos de la ficha de Secretaría Pvcial., no estamos favorecidos con datos varios de interés. Pero, eso sí, contamos con el magnífico tesoro de cartas y notas que le dirigieron sus alumnos durante su internación. Era maestro de 4º grado.
Un elemento de mucho valor en estas biografías, es el de testimonios de Hermanos que han convivido con quienes “Nos precedieron.” Para nuestro Víctor Dionisio, contamos solamente con el artículo aparecido en LUJÁN, nº 212, pág. 56 – 62. Su autor es considerado como el mejor biografiante que ha tenido nuestra Provincia, el H. Jesús Des López. Dada su longitud, ofrecemos extractos importantes y resumimos pasajes.
Su vida y su muerte confirman el antiguo dicho “Talis vita, finis ita.”
En la tarde del domingo 28 de agosto, como aprovechando las vacaciones de invierno para una excursión a la eternidad, se retiró de la escena del mundo, humilde y sencillamente como había vivido. De puntillas, como para no ser notado ni aplaudido.
Hace notar que la prensa de la fecha anuncia los fallecimientos de personalidades comunicando sus hechos portentosos. Y para dar a conocer el tránsito de un educador que había quemado su vida en aras de la formación de la niñez Argentina, bastó una cruz y esta sencilla esquela: “El Hermano Provincial de los Hermanos Maristas y la comunidad del Instituto Peralta Ramos tienen el dolor de anunciar la muerte del H. Víctor Carrol, a los 62 años de edad y 46 de vida religiosa. R.I.P.”

Y ahora le ciñó Dios con la corona del triunfo y de la gloria. “Los que me den a conocer poseerán la vida eterna”, nos dice el Señor en el Eclesiastés. El Hermano Víctor Carrol descendía de una honorable familia irlandesa y heredó todas las virtudes que adornan a esa raza de santos: viveza y alegría natural, sentido del humor, adhesión firme a la fe de San Patricio y entrega inquebrantable al ideal religioso entrevisto y anhelado. Era alto, bien parecido y de complexión rubia y fuerte. Allá en sus años mozos practicó diversos deportes: húrling, fútbol, pelota a paleta y sintió toda su afición incontenible por la caza. Parecía tener salud de roble. Pero el trébol de la verde Erín amarillea y hasta los cedros del Líbano mueren también. El Hermano Víctor jamás escatimó su abnegación en el aula y en el servicio a su comunidad, y se fue deshaciendo día a día como se deshace en polvo la tiza en el pizarrón del aula.

En los tres años últimos de su vida sufrió cuatro operaciones quirúrgicas, pues al parecer un secreto virus canceroso lo iba consumiendo lentamente. Pero murió en pie como los árboles. Dio clase hasta el día mismo en que ingresó en el sanatorio.
“No se preocupen – escribió entonces a una de sus hermanas – es una intervención más, igual a las anteriores.” Lo mismo dijo al despedirse de los alumnos, unos días antes de las vacaciones de invierno. Pero el amor intuye. Los Hermanos de la comunidad y los alumnos de cuarto grado lo veíamos tan demacrado, que temíamos se apagara como lámpara que se va quedando sin aceite. Y un día los médicos decidieron intervenir nuevamente para contener el avance implacable del mal que lo carcomía interiormente. Y sólo entonces pudimos ver cuánto amor había esparcido en torno suyo este educador marista…
Todos esos días no cesaron sus alumnos de rezar y de interesarse por el resultado de la operación. Y ¡qué cartas le escribieron al sanatorio!… Ellas, mejor que cuanto yo pueda decir, pintan al maestro ejemplar que supo hacerse querer entrañablemente, porque se entregó con alma, vida y corazón a sus alumnos.
Tengo ante mí toda una colección de dichas cartas, a cual más linda y cariñosa y me gustaría publicarlas todas, con sus faltas de ortografía, con su redacción infantil y su carga de amor y de ansiedad. Pero nos falta espacio. De todos modos, no puedo resistir a la tentación de entresacar algunos párrafos.

Dice un pibe: Querido Hermano Víctor, me han dicho que la operación salió muy bien. Todos los días prendemos dos velas en el altar del Padre Champagnat. Le extrañamos
tanto, Hermano, que ayer algunos niños lloraron por usted. Esperamos que se cure muy pronto. Un beso.
Otro le escribe: Todos los alumnos de cuarto grado esperamos que se cure pronto y venga rápido a clase. Mi padre y mi madre le mandan muchos saludos. Lo extrañamos mucho y todos los días voy con mis compañeros a rezar por usted. Cuando se pueda ir al sanatorio yo lo iré a visitar con mis padres.
Y esta otra carta tan simpática: Querido Hermano Víctor, quiero que venga muy pronto. Cuando supimos que la operación había salido muy bien, todos gritábamos viva el Hermano Víctor, viva. Cuando la señorita que lo reemplaza nos dio tarea el martes, gritábamos viva el Hermano Víctor, viva. Deseo que venga pronto; todos los niños lo estamos esperando. Yo a veces me porto bien, y otras veces mal. También la señorita es muy buena. Le deseo que venga pronto.

Otro alumno le escribe: Querido Hermano Víctor Carrol, espero que esté entre nosotros muy pronto y no se imagina lo que lo extrañamos. Mi mamá me pregunta cómo está usted. Fuimos con todo el grado y los niños de Inferior a rezar a la capilla para que venga pronto a la clase. Bueno, estará pronto con nosotros. Ya sé que quiere estar con nosotros pronto, pero es mejor que haga caso al médico y tome todos los remedios. Y para no alargar la serie, termino con esta cartita: Yo lo extraño mucho, Hermano Víctor, a pesar de las copias que me hacía hacer algunos días. Le digo que estoy cumpliendo lo que le prometí. Cuando lea esta carta se preguntará ¿qué me prometiste? De portarme bien. Usted se preguntará ¿todos los días? No, todos los días, no; desde el martes hasta el jueves me porté bien; nada más que dos días.
Me voy a portar bien para que se cure pronto. Se me olvidaba decirle que estuvimos haciendo una hora de silencio en la hora de su operación. Le extraño mucho; la señorita es muy buena, nos da tareas pero la queremos mucho. Venga pronto.
Sí, los alumnos, los Hermanos, las familias hacíamos violencia al cielo, y la medicina acudía a los recursos extremos para combatir el mal, pero el Señor había dispuesto otra cosa.

¿Por qué no hizo caso de tanto ruego? Él sabe lo que nos conviene más, y por eso, entre lágrimas de sangre y de consuelo, hemos acatado su divino beneplácito. Y es que sabemos que desde arriba teje Dios para nosotros algo así como un tapiz maravilloso del cual sólo vemos un reverso de hilos entrecruzados sin orden ni concierto.

… Oh labor misteriosa del bordador divino! Ya todos te veremos cuando en nuestra ascensión milenaria lleguemos al vértice del ángulo final, de cuyo punto se abarca la sublime plenitud del conjunto. Pero el mal no se daba treguas. En cuestión de quince días hicieron al enfermo dos operaciones delicadas que no pudo resistir; pero nadie esperaba un desenlace tan rápido. El sábado 27 de agosto, vista la gravedad del caso, se le administraron los últimos sacramentos, que recibió con lucidez y resignación, y a las pocas horas entregó su hermosa alma a Dios.
Talis vita, finis ita. La crónica refiere luego la celebración del funeral en la capilla San Patricio, con la importante participación de alumnos con sus familias. Se detiene en la reflexión del celebrante, capellán y exalumno, Padre Román Bustinza, quien exaltó la grandeza de la vida humilde del Hno. Víctor. Destacó cuántas veces hemos asistido a la dolorosa presencia de la muerte, y lo hemos hecho con fe.

Pero hoy, expresó, lo hacemos en una situación particular. Se trata de la muerte de alguien que consagró su persona al Señor en la vida religiosa.
También expresó que dentro de poco, sólo pocos guardarán su recuerdo, porque su existencia ha sido humilde. Y en esto está su gloria, justamente.
Con honor legítimo se habla de los grandes hombres de la Iglesia, con admiración y veneración se habla de ellos. Son dignos de alabanza. “Pero, ¡qué poco se habla de los que queman a diario sus vidas en un trabajo sencillo, a veces monótono y cuya vida o muerte no cambian —aparentemente en nada— la faz de este mundo!”
Se refirió luego a grandezas legítimas, dignas de ser honradas y admiradas. Nombró al Papa Juan XXIII, a los Obispos del Concilio Vaticano II, o laicos de gran actuación en la vida pública, como Adenauer o Kennedy.
Pero, dijo que en la fe cristiana esta grandeza no es la mayor de todas. “ Hay otra a la cual todos podemos y debemos aspirar. Es la grandeza de la humildad. Lo que Cristo nos enseña cuando nos dice El que se humilla será ensalzado; o bien cuando nos recuerda Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos.

Creo que ésta es la grandeza del Hno. Víctor y en este sentido es para todos una enseñanza. No se trata de ser un pusilánime, un incapaz de empresas de envergadura. No se trata de ser un inútil. Se trata de captar dónde están los verdaderos valores de la fe. Es comprender que lo que transforma el mundo no son las obras exteriores que se ven, sino el puro amor a Dios con el que esas obras son hechas. Es entender que en la medida que buscamos el bien de los demás y por amor a ellos, renunciamos a la exaltación de nuestro propio yo, aceptando nuestra misión, aunque no tenga mucho brillo externo, en esa misma medida hemos alcanzado la grandeza de Cristo resucitado, la mayor dignidad cristiana, la que, es cierto, alcanza el Hermano Víctor Carrol. Y finalizó diciendo: Aceptemos nuestra vida como la aceptó el H. Víctor Carrol y sepamos ver en lo ordinario y simple de todos los días lo maravilloso de la obra de un Dios que hace lo más extraordinario con las personas más sencillas.

Luego, en el patio del colegio, despedimos al llorado H. Víctor. Uno de sus alumnos leyó unas frases de adiós. Dijo: ‘ Querido Hno. Víctor, cada tarde, después de las clases nos despedía diciendo: Hasta mañana si Dios quiere, alumnos. Hoy queremos decirle a Vd. lo mismo: Hasta mañana, querido Hno. Víctor.’ Luego, entre lágrimas incontenidas, dio gracias e hizo ruegos y promesas. Hablaban el corazón y la inocencia.

Tras las palabras de despedida del Hno. Teófilo Senosiain, Rector del colegio, dignas de leerse, entre emoción y lágrimas, salió la ambulancia hacia Luján.

…Víctor Carrol, hombre de figura señera, de prestancia risueña y conquistadora: educador admirable y religioso ejemplar, …
…despedir a un hombre, a un amigo, a un educador que amó y se hizo amar, a un religioso sufrido y auténtico que la hermana muerte nos ha arrebatado pocas horas ha…
… una vida de más de 40 años en la trabajosa labor de la formación de los niños…
…un ejemplar educador marista, un amigo entrañable… (De la despedida del H. Rector.)

“Durante mi Juniorado en Luján, el H. Víctor era el Hno. Celador. Se caracterizaba por su rectitud y por hacer las cosas bien. Este H. Ruperto, en aquel tiempo, era un junior díscolo, no con maldad, pero sí con una dosis muy elevada de superficialidad. Le costaba enormemente guardar silencio y mantener la seriedad. El Hno. Víctor no me dejaba pasar una. Creo que el patio del Juniorado, atrás de la Capilla, lo habré recorrido por kilómetros, dando las famosas “vueltas” como penitencia. En dos ocasiones tengo conciencia de que al acostarme se acercó y me dijo: “Mañana, Vd. se va”. En el momento la cosa hacía efecto, pero…

Pues bien, marchemos hacia el año 1961, si no me equivoco. Yo era Director del Juniorado, que empezaba a funcionar ese año en La Escuelita. Llega el momento del Retiro y, en la víspera, hacia el fin de la mañana, se llega de gran sotana, “la marquise”, el querido H. Víctor Dionisio y humildemente toca el timbre y, todo tímido, me dice: ”Hno. Ruperto, ¿puedo pasar?”, hablando como quien se dirige a alguien con quien está en deuda… Le contesto: ”Hno. Víctor, Vd. no sabe el bien que me ha hecho con sus penitencias. Le estoy realmente agradecido.” Un giro de 180º…”

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