Nombre Civil: JOSÉ SÜSS GLEIXNER.
Fecha de Nacimiento: 06/10/1919.
Lugar de Nacimiento: Mantlarn — Provincia de Baviera — Oberpfalz — Alemania.
Fecha de Profesión: 29/08/1937.
Fecha de Defunsión: 23/01/1988.
Hno. José Süss
Estable 1919 – 1988.
Excelente maestro, tenaz, músico, pintor, biólogo, convencido religioso, amado servidor parroquial.
Nacimiento: 06.10.1919 — Mantlarn — Provincia de Baviera — Oberpfalz — Alemania.
1933/1935: Junior/Munich.
1935/1936: Junior/Furth.
1936: Postulante.
Agosto/1936: Toma de Hábito.
29.08.1937: Primera Profesión.
29.08.1938: Segunda Profesión.
02.02.1940: Cuarta Profesión.
02.02.1941: Quinta Profesión.
02.02.1942: Sexta Profesión.
02.02.1943: Profesión Perpetua.
Retiro 1956: Votos de Estabilidad.
Actuación: 1940/1987 ….. 47 Años.
Maestro ….. 12 Años.
Prof. Liceo ….. 38 Años.
1947/1979 ….. En Montevideo.
1980/1987 ….. En Durazno,
Fallecimiento: +23.01.1988 — 68 Años 52 años de Hno. Marista.
SÜSS GLEIXNER, José, es originario de la localidad de Mantlarn, en la provincia de Baviera – Oberpfalz. De Toma de Hábito recibió el nombre de Hno. Víctor. Así se lo encuentra nombrado en alguna reseña de colegios de Uruguay, como, por ejemplo, en los anales del C. Santa María. En realidad, en los Anales dichos, su nombre es Otto Víctor, y así revista con motivo de su profesión perpetua, coincidente con la de la ficha, 2 de febrero de 1943.
La sexta renovación temporal de votos obedece a que la segunda ha abarcado unos seis meses. De no adelantar la tercera, se producía un lapso sin profesión religiosa, al durar bastante más de un año la segunda. Eso da las seis emisiones de profesión temporal.
Lo encontramos en los Anales del C. Santa María así: 2.2.1943: encargado de 2º año. Enero de 1947: Lo volvemos a encontrar a cargo del 6º año. 1949: Profesor de 6º de Liceo(sic). 7.3.1950: Profesor de 5º año y encargado de la Ropería. 6.3.1951: Profesor en Primaria. 13.1.1953: Titular de 1er. año y de los pupilos menores; Religión, Canto Coral y Geografía de 1º; Dibujo en 1º, 2º y 3º. 1954: Profesor de Dibujo, Geografía e Historia Natural y encargado de la sección Menores de pupilos. (En 1955, de febrero a julio, consta en ficha, lleva a cabo el 2º Noviciado en Grugliasco, El Hno. Juan María es el Maestro, y el Hno. Teresiano, de Méjico, Submaestro.) 1956: Lo mismo que en 1954.1957: Titular de 1er. año Liceo. 1958 – 1959: 2º año Liceo. (Hay interrupción de 3 años en los que no hay referencias a cargos ni comunidad.) 1963: Miembro de la comunidad. Es el último año en el C. Santa María.
Otros datos de ficha. Rindió en calidad de alumno libre los cuatro años del Liceo. Siguió curso de pintura en la Academia “San Francisco.”
Como ciudadano, gestionaba con Cédula de identidad uruguaya y Pasaporte de la República Federal Alemana. Consta la dirección de su hermana: Familia Scheuerer. 8471 Niedermurach, 2. Mantlarn 2. Y de una sobrina: Flia.Günter Huben. Scheinerstrasse, 35. 8000 München 80. Tel. 089/980113. Su última visita de familia fue en 1978. En encuesta referida a intereses de formación, prefiere curso de catequesis y lo referente al movimiento Por un Mundo Mejor.
A continuación siguen la Cuadrícula de Sus Obediencias, Misiones & Testimonios:
—Grugliasco – 1937/1938 – Estudiante.
—Furth – 1938 – Lavadero.
—Luján – 1939/1940 – Escolástico.
—Rocha – 1940/1943 – Maestro.
—Santa María – 1943/1944 – Maestro.
—Pando – 1944/1946 – Maestro.
—Rocha – 1940/1943 – Maestro.
—Santa María – 1947/1949 – Maestro.
—Santa María – 1950/1951 – Liceo.
—Santa María – 1951/1954 – Pupilos y Profesor Liceo.
—Grugliasco – 1955 – II Noviciado.
—Santa María – 1956/1964 – Profesor Liceo.
—Zorrilla de San Martín – 1964/1979 – Profesor Liceo.
—Durazno – 1980/1987 – Profesor Liceo.
TESTIMONIOS:
Hno. Laureano González. Quizás lo que más puedo destacar de él serían los últimos años que él vivió en Durazno, donde fuimos compañeros de comunidad. Lo conocí más.
Este hermano se destacó especialmente por su vida espiritual intensa, su estudio, su meditación, su amor a la tranquilidad y un poco a la soledad, pero a la soledad espiritual, a la tranquilidad que le daba paz en el alma. Un hombre especial, al que llegué a querer mucho por ese sentido de fraternidad, por ese sentido recto.
A este hermano lo he conocido como profesor de secundaria. Era especialista o mejor dicho sus asignaturas preferidas eran el dibujo y la biología, pero por sobre todo no la parte teórica sino práctica, ya que sabía de las virtudes de las plantas y tenía una dedicación especial para todo eso. Cuando salía al campo, estudiaba las plantas, las comparaba, las apreciaba. Y porque conocía mucho es que recurríamos a él para hacerle preguntas acerca de los distintos tipos de plantas medicinales, de adorno, etc.
Recuerdo que se le ocurrió agarrar viboritas llamadas falsa coral, que había en nuestros campos, y una lo mordió y si bien le inyectó un poco de veneno, como era liviano no le pasó nada.
También sé que sus alumnos se acercaban a él en los recreos. Como hermano profesor, hacía compañía a sus alumnos y realmente siempre se lo veía rodeado de chicos y chicas que le hacían preguntas. Conversaban y los atendía con mucha dedicación. Nos impactó en los últimos años de su vida, cuando llegó a conocer el mal que lo aquejaba. Al detectarse que tenía cáncer, en un principio le costó mucho asumir esa enfermedad, pero una vez que lo asumió, los meses que vivió, debe haber sido un año o año y medio, fue realmente un ejemplo, un modelo para todos.
Recuerdo una anécdota del hermano Visitador Provincial, el Hno. Arturo Chávez, que lo visitó cuando estaba enfermo. Decía que se había acercado al Hno. José Süss para tratar de consolarlo y hacerle ver que estaba en el plan de Dios; y que, en lugar de consolarlo, era él quien salía de la visita consolado, dada la forma en que ese hermano había tomado conciencia y había asumido, delante de Dios, su mal. Al haberlo asumido así, realmente ya no pesaba sobre él. Su mente, su espíritu, estaba en Dios, en la Eternidad.
En esos momentos era muchísima la gente de Durazno que lo visitaba y los alumnos lo veían poco a poco ir decayendo, pero con un espíritu extraordinario. Y así murió santamente, como se ha visto en pocas personas en Durazno.
Todas estas visitas eran en la casa de los hermanos. No se si lo internaron en alguna clínica por algún tiempo, no recuerdo. Lo que sí sé es que los últimos 6 u 8 meses, estuvo en el Colegio, al cual —repito— muchísima gente de afuera iba a visitarlo y quedaban admirados del espíritu con que les hablaba, los orientaba y consolaba a quienes lo iban a consolar a él.
De manera que murió santamente, y está enterrado en nuestro panteón de Pando.
Amaba los animales y las plantas, tenía un cariño especial por la naturaleza. Recuerdo también que, cuando llegaba el Viernes Santo, recorría las vías del ferrocarril en una distancia de 4 ó 5 kms de Durazno, para recoger la flor de Marcella, que era especial. Había que recogerla, según la tradición de sus pagos, ese día. Era cuando más madura estaba y más eficaz era como medicina. No conocía a las plantas tan sólo por la forma, sino por las cualidades que tenían como medicina. Era un conocimiento práctico.
Toda su vida fue profesor de secundaria. Recordamos el difícil paso que hay en los alumnos entre la escuela primaria y secundaria. En esos años que vivimos juntos tuvimos la suerte de tener en 1º año de secundaria, como profesores, todos hermanos maristas. Entonces el paso de un nivel a otro no lo sentían mucho, porque la vida de los hermanos es acompañar a los chicos, aconsejarlos, estar con ellos. Justo fue en aquellos años en que éramos todos Hermanos. Cuatro en 1º año secundario y cada uno con dos asignaturas. Entonces, esa transición de primaria a secundaria, que en otros colegios se sentía tanto, ahí se dio de forma natural. Yo daba en ese entonces idioma español y francés; Armando Meyer Director, daba dos asignaturas: Música y no recuerdo qué otra; Víctor daba Dibujo y Biología; y había otro Hermano que no recuerdo quién era. Por aquellos años estaba también Augusto Jenemann. Los dos eran de físico parecido: fuerte, fornido.
Hno. Ricardo Kress. Lo que más recuerdo era su afición al dibujo, a la música y a la preparación de sus clases.
En primer lugar, era un artista. Yo hablo desde el punto de vista de los muchachos, de las familias. Le gustaba mucho la pintura. Tan es así que cuando íbamos de paseo -yo estuve con él unos cuantos años, tanto en Rocha como en Santa María y poco tiempo en Luján- llevaba siempre sus elementos para dibujar. Y, cuando tenía algún tiempo para descansar o para sentarse, sacaba sus apuntes, hacía el croquis del paisaje, y luego, en casa, lo terminaba. Resultaban unos dibujos muy hermosos. Aquí en el Colegio (San Luis de Durazno) todavía hay unos cuantos suyos. Además, personajes que copiaba. Era un artista. En Rocha, cuando salíamos de paseo, nos íbamos bastante lejos, a un bosque donde pasaba un arroyito. Yo me pasaba leyendo y él se sentaba a pintar en este arroyito, del arroyo de Rocha. De esto me acuerdo perfectamente. Y las vacaciones de verano, que hacía calor, íbamos de sotana, atravesando campos, hasta llegar a un lugar muy retirado, un arroyito. Ahí nos cambiábamos.
Además era músico. Le gustaba mucho la música. Pero era medio tímido. No le agradaba ponerse en medio de la gente. Más bien era retraído. Por ejemplo, en la Misa de los domingos en el Colegio Santa María, donde había muchos alumnos, siempre empezaba la Misa con una pieza de Bach: “Los cielos alaban la gloria del Señor”, ¡con una solemnidad…! Era emocionante, no lo puedo olvidar. Tenía afición por la Música, pero no la ejercía como docencia.
Era famoso, porque era una especie de científico, que se dedicaba a sus clases. Las preparaba con una conciencia extraordinaria. Muy a fondo. Nunca entraba a una clase, ni de religión ni de ciencias naturales, sin traer todo el detalle muy preparado: láminas o proyecciones. Todo lo que tenía que mostrar. Y las experiencias las preparaba bien al detalle. Así que sus clases eran realmente clásicas. Algún tiempo fue profesor de Dibujo. Tenía fama ante los alumnos de ser buen profesor, buen dibujante. Los chiquilines le querían; pero no tenía demasiadas clases, porque tenía que preparar mucho. Le gustaba estar a veces un poquito retirado, hacer sus cosas, sus dibujos, su arte.
Era un Hermano muy piadoso, muy cumplidor. Casi demasiado escrupuloso, en ese sentido. Tal es así que cuando tocaba la campana, llamaban a algún ejercicio, nunca faltó, siempre iba a cumplir. En la Comunidad, era un Hermano ejemplar. En las catequesis que impartía, transmitía esos valores interiores que tenía. Los alumnos se daban cuenta de que no era un Hermano cualquiera, que habla y no cumple, o un profesor que “bla, bla, bla”, y después no cumple con nada. Lo que enseñaba, lo demostraba, lo vivía también.
Siempre tenía dificultades con la salud. Me acuerdo que tomaba sales “Crushen”, remedio que compraba en Montevideo. Era amargo. Lo tomaba todos los días porque tenía problemas con la digestión. Y así, de a poco, le menguaba la salud. Y en Durazno se le manifestó cáncer de estómago o de intestino. Se iba empeorando progresivamente. Pero seguía dando clases, hasta que no pudo más. La señora Gloria lo cuidó. Era muy resignado, aceptaba la enfermedad, los dolores, como Dios quería. Ya no podía trabajar más. Cuando fuimos a un retiro y él no pudo ir, mandó un mensaje emocionante. Afirmaba que se incluía en el grupo de Hermanos que estaban haciendo el retiro y ofrecía sus dolores por todos los Hermanos. Empeorando su salud, iba llegando el fin, pero con el mismo sentimiento, con resignación a la voluntad de Dios. Aceptó la muerte como algo natural.
La Sra. Gloria Anzolabehere, quien lo cuidó en Durazno. Estando el Hno. José enfermo, yo lo cuidé unos cuantos meses, cuando ya no podía levantarse. Lo atendían enfermeras, pero yo tenía que prepararle la comida. Si no decía que le hacía mal. Incluso los días que tenía libre tenía que venir a hacerle la comida, porque todo lo que yo le preparaba le caía bien.
Recuerdo que ese año se casaba mi hija y no podía poner fecha para su casamiento, pensado para enero, porque yo no tenía días libres. De manera que optamos por esperar a que falleciera. Se casó el 1 de febrero.
Tengo un nieto de 10 años en el colegio. Se llama Lucas. En esa época tenía un año. Vivía afuera y había que traérselo. Tenía locura con él; había que llevárselo. Decía que para él era su sobrino. Debido a que mi yerno no tenía contacto con los curas, se le notaba un poco de recelo, pero con el Hno. José cambió completamente. Se hizo tan amigo que, ellos tenían un campo, y cada tanto se juntaban para comer asado. Allí comenzó mi yerno a cambiar de idea, a pesar de que ni siquiera se había querido casar por Iglesia. Ahora tiene los chicos acá, en el Colegio, se casó por Iglesia, a veces concurre a Misa. Antes no lo hacía. Para nosotros, José fue una ayuda.
Le gustaba andar en bicicleta y salir a buscar hongos. A aproximadamente 50 km. de aquí hay un pueblito llamado “Del Carmen”. Se iba hasta allá en bicicleta. Salía temprano. Pasaba el mediodía en la plaza del lugar, compraba algún pan y luego volvía. Se lamentaba no haber estado más tiempo en el interior, ya que había estado como 40 años en Montevideo.
¿Cómo era su relación con el Hermano mientras estuvo enfermo?
Conmigo fue divino. A veces los Hermanos me decían que, por su enfermedad, se podía llegar a enojar, pero conmigo fue siempre igual. Pienso que aceptó muy bien su enfermedad, ya que él sabía que se moría. Estaba bien preparado.
Su familia lo llamaba casi todos los días de Alemania. En un primer momento no teníamos teléfono arriba, de manera que cuando lo llamaban teníamos que hacerlo bajar. Después, el Hno. Armando, que estaba de Director, le hizo poner un teléfono en la habitación y casi todos los días la sobrina lo llamaba de Alemania.
Incluso, muchas veces, su familia, por intermedio de él, me enviaba dinero de regalo en agradecimiento. Para su última Navidad, la familia me envió un obsequio.
¿Cómo era su disposición frente a la muerte?
Aceptaba y estaba pronto para morir. Primero quería morir antes de Navidad, pero había otros momentos en que decía que la vida era linda y que le gustaba seguir viviendo unos años más. Decía que, si bien la muerte era buena, él se sentía con ganas de seguir viviendo. Tenía muchas ganas de vivir, y allí aprendí que parece que morir no es tan fácil. Pero él no se rebelaba para nada, era una persona santa, divina. Conmigo jamás se enojó. Siempre igual, con buen carácter.
Hno. Pablo Walder: Yo he escuchado a gente de acá, de Durazno, que decía que el Hno. José le enseñó a valorar las florcitas, las piedritas, los pequeños animales. O sea, que era alguien con el cual, si uno salía, siempre aprendía. Eso me lo ha dicho Charito García y la hija, María…
Sra. Gloria: Sí, que salía con Julio.
Hno. Pablo Walder: Sí, con Julio, que es un ingeniero agrónomo y gran investigador. Salían juntos, y Julio, hasta el día de hoy, recuerda lo que aprendía de José.
– Gloria, ¿alguna anécdota especial de él, algo que le haya llamado la atención?
– Le gustaba hacer asados y tomar mate, a pesar de ser alemán. En esa época, yo trabajaba los domingos, y tomábamos mate. El preparaba el asado. Yo, la ensalada. Después tomábamos mate amargo.
Creo que también estuvo en Rocha, pero allí estuvo muy enfermo y de allí lo llevaron a Montevideo, donde quedó mucho tiempo.
Hno. Francisco Schuler. Fue compañero mío de Noviciado, muy buen muchacho. Vino aquí más tarde que nosotros. Fue uno de los últimos grupos que llegó al Uruguay y al Río de la Plata. Trabajó primero como maestro de primario y después como profesor del liceo. Trabajó mucho, siempre utilizando material adecuado para dar sus clases. Y muy buen pintor. De hecho, en los últimos años se dedicó a la pintura, cuando ya no podía dar clases, porque ha sido fuertemente golpeado por el reuma. Como no podía movilizarse mucho, para entretenerse pintaba sobre la naturaleza. Nosotros tenemos aquí varias de sus obras.
Cuando falleció, sus familiares nos pidieron, de ser posible, algunos de sus trabajos. Ese año tuve la suerte de hacer un viaje. Visité a todos sus familiares. Estaban muy contentos y satisfechos, y admiraron sus pinturas. Nosotros también admiramos cómo sabía pintar. (Abunda sobre la aceptación de su enfermedad y santa muerte. Expresa que, por su función de Administrador Provincial, lo pudo visitar en varias ocasiones. Acota que no dejó de tener dificultades disciplinarias y de ordenamiento de los grupos escolares. Años más, años menos).
Hno. Ignacio del Pozo. Tomaban mate él (H. Luis Roba) y el Hno. José Süss, que estaba por allá también, al que le decíamos “el gaucho”. Se hizo al lugar de tal manera que le gustaba el campo, la naturaleza, el mate. Cuando éramos jóvenes, preparábamos los exámenes en las vacaciones, porque durante el año teníamos clases todo el día, mañana y tarde. El caminito de Belén consistía en tomar el tranvía desde Montevideo hasta la salida de la ciudad. Nos íbamos al Dique, a dos kilómetros o tres antes de la Casa San José. Para llegar tomábamos un caminito a través del campo, hasta llegar a un arroyo, donde había una barranca. Ahí nos sentábamos para ver las materias que teníamos que preparar. José Süss llevaba una pavita y el mate. En aquel tiempo no había termo. Lo primero que hacíamos era juntar bosta bien seca para calentar el agua, y algún palito. Hacíamos un fueguito y tomábamos mate amargo. Ahí me inicié a tomar mate.
Del Hno. José puedo hablar como una hora. Fuimos compañeros en el C. Santa María por mucho tiempo. Tenía los cursos superiores, y yo, 3º y 4º. Era un Hermano que se había acriollado hasta en las expresiones. Usaba los términos criollos y tantas cosas hasta el punto de que lo llamaban ‘el gaucho.’ Él, feliz y contento. Era autodidacta. En Biología, Botánica, era una autoridad. Conocía cualquier cosa sobre plantas y flores. Después fue profesor en el liceo. Los informes de los supervisores, sobresalientes.
Un hombre fuerte, aunque no le gustaban los trabajos del tipo construcción y afines. Con todo, cuando había que poner el hombro, lo ponía.
Durante muchos años pintamos las aulas del C. Sta. María. Era muy buen compañero. De linda conversación. Con los Hermanos Alfonso Bossle y Gelasio Krane le costaba más. Personalmente, como se ha dicho, asimilaba tanto los elementos de la cultura local. Por ejemplo, era gran matero. Y ellos dos, por el contrario, no los aceptaban todos, hacían excepciones. Tenían prohibido a los Hermanos consumir mate con bombilla. Como religiosos, los apreciaba y reconocía tantos valores, sin estar en todo a gusto con ellos.
Estando en el C. Zorrilla era profesor y catequista. Quienes animaban la tarea catequística local, sostenían que la de antes no servía como acto evangelizador. Y que la del Hermano estaba fuera de época. Debió, pues, dejar ese quehacer apostólico. Entonces me dijo: “Hno. Provincial, si no me dejan dar catequesis, me voy a Alemania… para qué voy a estar aquí. Botánica y todo eso, que lo enseñe el que quiera, pero yo me voy a Alemania.” Le concedieron el cambio de Provincia. No se adaptó, ni tampoco sus títulos le valían.
Quedó algo así como dos años. No se adaptó. Me escribió una carta muy pesimista. Se quejaba, decía que era un error el haberse ido, y que le gustaría volver. Era una carta de ésas que se escriben con el corazón. Le contesté: “Hno. José Süss, es libre de decidir lo que quiera.
Vd. se fue a Alemania por una opción que hizo, pero, si quiere volver a Uruguay, sepa que ésta es su casa, que lo vamos a recibir con los brazos abiertos.”Para nosotros era lo que había sido siempre, un Hermano nuestro, también le dije.
A los dos meses había vuellto. Me lo agradeció toda la vida. Lo ubiqué en Durazno, donde estaban Armando, Ernesto y dos o tres alemanes con quienes se llevaba muy bien. Le dieron catequesis.
En Durazno dejó un gran testimonio. Aún hoy las familias y los chicos se acuerdan de José Süss, porque era un hombre tranquilo, juicioso, que quería a los chicos, los aconsejaba, reía con ellos, les hacía chistes. Años después, le sobrevino el mal del cáncer. Estuvo unos diez años tras su regreso.
Era un hombre más fuerte que yo, grueso. Comenzó a perder peso. Lo tuvieron que intervenir. Un cáncer en el aparato digestivo, creo que en los intestinos. Quedó perfecto. Los médicos dijeron que la operación había sido un éxito. Que le habían extirpado el mal totalmente. Que no corría ningún riesgo. Para mayor seguridad, y como conocía a los Hermanos de Porto Alegre, de acuerdo con el Hno. Provincial, lo enviamos al Sanatorio que regentaban en la ciudad. Fue. Le sacaron placas, le hicieron todos los estudios. Todo dio bien: no había nada. Tras lo cual, comenzó nuevamente a hacer ejercicios.
Le atraía mucho el campo. Después de la hora de la siesta salía a bicicletear. Llegó a sentirse tan bien que un un día hizo 70 km en bicicleta hacia el norte, hasta una represa, y volvió. Estaba muy contento. Pero, de golpe, a los 4 años, volvió el cáncer. Una mañana me dice que esa noche no había podido descansar, porque tenía náuseas y le había caído mal la cena. Le dije que se acostara y se quedara en reposo ese fin de semana, porque esto, creo que había sucedido un viernes. Pero cada noche le venía lo mismo. Tenía náuseas, dolores, y no podía dormir. Llamé al médico. Dijo que podía ser una obstrucción intestinal, que en una operación de una hora, donde cortaban y luego volvían a unir, iba a estar bien. De manera que lo operaron. Fue como a las 3 de la tarde.
En ese momento, yo era director del colegio. Me quedé y calculé que a las 5, cuando terminaba el horario de clase, iba a llegar para el final de la operación. Llego al sanatorio, pregunto por el Hermano y me dicen que estaba ya en el cuarto. Pregunté cuánto había durado la operación. Me dijeron que había sido muy rápida, más o menos tres cuartos de hora.
Cuando entro a la habitación, ya había vuelto de la anestesia, estaba muy tranquilo. Le pregunto cómo estaba. Me decía que estaba bien. Me quedé preocupado por lo corto de la intervención. Voy a hablar con el médico. Me dice que no lo habían podido operar, que habían abierto y cerrado, porque estaba invadido por el cáncer. No había nada que hacer. Mi problema era cómo decírselo.
Estuvo unos días en el sanatorio y volvió a casa. La alimentación que recibía era sólo líquida y no la aceptaba. Estuvo así como una semana. Cicatrizó la herida y preguntaba por qué no le daban de comer, ya que lo habían operado y estaba como antes. Yo buscaba excusas y él insistía en por qué no le daban de comer.
Realmente no sabía qué hacer, porque si se lo decía, lo mataba. Si no se lo decía, lo estaba engañando y me parecía que un religioso… De manera que un día cogí el toro por las astas, como dicen los españoles, lo fui a ver y le dije: “Le voy a decir la verdad. A usted, desgraciadamente, no lo han operado”. Respondió: “Entonces, esto que tengo es malo.”Le dije: “Sí, Hermano, el cáncer no se le ha ido, ha vuelto. El médico no lo ha podido operar porque está todo tomado”.
Le dije eso y se quedó ahí quieto, pero de golpe se incorpora y me dice: “Gracias Hermano Director, ahora sé lo que tengo, voy a hacer mi vida”. Después agregó: “No sabe qué mazazo cuando me dio la noticia, pero se lo agradezco, porque eso me hace feliz”.
Al otro día me dice: “Hermano, lo compadezco, porque usted va a tener que sufrir conmigo: dentro de una semana me va a atacar tal cosa, y a la otra semana el movimiento, y luego esto y aquello, y usted va a tener que aguantar mi sufrimiento mucho más que yo”. Yo le decía: “No piense en eso.” Después de la operación tuvo que dejar la bicicleta y no podía salir del colegio, aunque subía y bajaba las escaleras y venía comer con nosotros. Pero a la semana ya no pudo bajar más las escaleras ni hacer esfuerzos. Le llevábamos la comida al cuarto y él andaba por ahí. A la semana siguiente, ya no se pudo levantar y se daba cuenta de todo. A partir de ese momento, le pusimos enfermeras, y antes de eso la Sra. Gloria lo cuidó como si fuera su hijo.
Le pusimos dos enfermeras, 8 horas cada una, y las otras 8 horas lo cuidábamos nosotros. Yo o algún hermano. Lo tuvimos así más de medio año. Al final era piel y huesos, con la piel color amarillo. Lo veíamos y nos impresionaba a todos. Las maestras lo iban a visitar. Se ponía contento.
Fue tremendo cómo se fue. Tenía, en el momento de su muerte, 68 años. El cirujano lo abandonó totalmente. No lo fue a ver más.
En esas circunstancias, gente de Durazno me comenta que de Suiza se obtienen unas gotas que a los cancerosos no los curan, pero no sufren. El problema es que había que importarlas de París y eran carísimas. Las compramos. No sabemos bien por qué, pero él no sufrió nada.
Después, me comentaron que en Montevideo había un oncólogo muy bueno. Decidimos llevarlo. Le comento que lo íbamos a llevar, porque yo no creía que todo lo que le habían dicho fuera cierto. ¡Qué contento estaba! Me abrazaba, me agradecía. Llegamos a Montevideo y le cuento al oncólogo lo que había sucedido. Me dice: “¿Y el cirujano lo ha abandonado? Usted le podría hacer juicio a ese doctor.” Le respondí “¿Qué voy a ganar con eso?” Entonces le pregunta al enfermo: “¿Qué tal hermano?, ¿qué le pasa?”. Le explica que lo habían operado de cáncer y que era irreversible. Entonces le dice: “Pero, ¿quién le dijo a usted eso? Venga que se va a poner bien.” Le indica una medicación. Después me dice que no había nada que hacer, pero que él tenía que ayudar al enfermo.
Fuimos allí unas 4 ó 5 veces, hasta que llegó el momento en que no pudo más. Estuvo lúcido todo el tiempo. Cuando ya no se pudo levantar, pedí a un Hermano que avisara a la familia suya en Alemania cómo estaba y que podían venir. Pero, se ve que no pudieron venir.
Habló con sus familiares y ellos lo animaban. Le decían que tuviera confianza, que si no se podían ver en este mundo, allá arriba se verían. La sobrina, todos los días, a las 8 de la mañana lo llamaba. Le pusimos un teléfono directo en su cuarto para recibir los llamados.
Así se fue apagando como una velita, pero con todo su conocimiento, hasta el último momento. Yo lo tomaba de la mano, y cuando hacíamos las oraciones le decía: “Apriétame la mano si te das cuenta que estamos rezando.” Me la apretaba. Falleció muy suavemente, como si se estuviera durmiendo.
Pero mira cómo son las cosas: los últimos días vino un médico. Le expliqué que tenía obstrucción intestinal. Dijo que había que hacerle un enema para que evacue. Tenía el vientre duro y crecía el riesgo de rotura repentina masiva de tejidos. Evacuó muchísimo, lo que me hace pensar que si le hubieran hecho ese enema al principio, por lo menos hubiera ayudado.
Recuerdo que una noche lo estaba cuidando, y cuando se descomponía quería tirarse de la cama. Lo cambiamos, lo dejamos limpito, y se quedó tranquilo. Decía: “Ahora sí que estoy bien”.
Rezaba por los hermanos, rezaba por la gente, rezaba por los chicos. Falleció el 23 de enero. En ese momento estaba yo y estaban las enfermeras. Fue a eso de las dos o tres de la madrugada. Se fue apagando como una velita. Las últimas noches siempre me quedaba yo con él, previendo eso, y estuvimos rezando. Hasta el último momento estuvo lúcido.
Cuando se enteraron los alumnos y la gente, todos lloraban. Fue tremendo. En la Misa de cuerpo presente, la iglesia estaba llena. Su vida fue un testimonio de santidad. Tranquila, serena, como que no hacía nada aparatoso. Pero había entrado en los chicos…