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HNO. CIPRIANO RAUL

Nombre Civil: Tomás Antonio Fernández.

Fecha de Nacimiento: 28/08/1912.

Lugar de Nacimiento: La Plata — Buenos Aires — Argentina.

Fecha de Profesión: 01/01/1929.

Fecha de Defunsión: 01/09/1944.

Profeso Perpetuo 1912 – 1944.
Nacimiento: La Plata 28/08/1912. Ex Alumno Marista de la Escuela San Vicente.
21/11/1926: Ingresa en el Juniorado.
18/02/1928: Postulante.
01/01/1929: Toma de Hábito.
01/01/1930: Primeros Votos.
01/01/1935: Profesión Perpetua.
Actuación: Pergamino (1931), La Inmaculada (1932—1933), Mar del Plata (1934—1935), Morón (1936—1944).
1943: Acompaña a una delegación de 25 jóvenes del Centro Interno de la Acción Católica a la V Asamblea Federal (Mendoza).
5/ 6/1944: Intervención quirúrgica de riesgo.
Julio y agosto, situación declinante.
Fallece en el Sanatorio Mitre, Buenos Aires: + 01/09/1944 — 32 Años.

Tomás Antonio Fernández nació en La Plata el 28 de agosto de 1912. Celedonio, su padre, era carpintero de profesión. Isabel Fuentes, su madre. Concluidos sus estudios primarios, cuyos últimos años los realizó en el C. San Vicente, continuó luego su formación en sus talleres, en la sección imprenta. Maniobrando la guillotina, perdió un dedo, accidente que contaba con particular humor y gracejo.
El 21 de noviembre/1926, día de la Presentación de Ntra. Señora, ingresó al Juniorado. El 28 de febrero de 1928, accedía al Postulantado. Toma de Hábito el 1 de enero/1929; primeros votos el mismo día de 1930; profesión perpetua, el mismo 1 de enero, en 1935. Escolástico en 1930, en 1931 actúa en Pergamino. En La Inmaculada, 1932 – 1933; I. Peralta Ramos, 1934 – 1935; y San José de Morón, desde marzo de 1936 hasta su última enfermedad.

A sus excelentes condiciones docentes y de relación con sus alumnos, se le agregó su celo de apóstol, con mayor intensidad los tres últimos años de su vida, como asesor del Centro Interno de Acción Católica del colegio. Se decía que consiguió el centro interno más ordenado de la Arquidiócesis de La Plata. Vale recordar que, la noche misma de su deceso, se cumplía un año de su regreso de la Quinta Asamblea Federal de la Acción Católica, en Mendoza, en la que había participado acompañando a 25 jóvenes.
Hubo de ser internado en el Sanatorio Mitre el 1° de junio/1944, verificándose como inevitable una nefrectomía, que se le realizó el día 5. Junio ofreció esperanzas, pero en julio se produjeron complicaciones en progresivo avance. Debido a estas incidencias tan desfavorables, no pudo finalizar el año como titular de la primera camada de bachilleres del Colegio. San José.

Hacia el 20 de agosto se dio por perdido el caso, y fue administrado a las 20 hrs. del día 25, siendo el celebrante el Padre Grenón S.J., capellán del colegio. El domingo 27 recibió la comunión como Viático, a su pedido.
El jueves 31, el médico hizo saber que no pasaría de 24 horas de vida. No se inquietó. A un señor del colegio de Morón, asiduo visitante suyo, le confió: “Voy a morir. Y, en verdad, prefiero ahora esa partida. ¡ Estoy tan bien preparado para la muerte.” Hermoso el ejemplo de espíritu de familia dado por los Hermanos de su comunidad de Morón. También eran muy asiduos los Hermanos de la Sgda. Familia. La noche de su fallecimiento, una enfermera hubo de manifestar: “¡Cómo se quieren los Hermanos! ¡Siempre estaban aquí y siempre angustiados porque no mejoraba!”

El viernes 1° de sepiembre, a las 21, el Hno. Julio Rafael inició las oraciones por los agonizantes. Nuestro paciente tenía entre sus manos la cruz de profesión y una estampa – reliquia del Beato Padre. Participó piadosamente, contestando perceptiblemente cuando la agitación de la respiración se lo permitía. Siguieron breves oraciones que acompañó mentalmente, ya muy agotado. El H. Julio Rafael leyó la fórmula de renovación de los votos y la aceptación de la muerte, las que repitió silenciosamente. A las 21:55, ante una pregunta del Hermano, afirmó que se sentía feliz de morir como religioso y en un primer viernes del Sagrado Corazón. Dos minutos antes de su tránsito, en estado de lucidez, manifestó estar cansado. Se le dijo que acompañara sólo mentalmente.

Al iniciar por segunda vez las mencionadas oraciones, promediando la mitad, se apagó nuestro Hno. Cipriano Raúl. Fue un tránsito suave, como quien se duerme naturalmente. Eran las 22 pasadas del 1 de septiembre. Se hallaban presentes los Hermanos Julio Rafael y Septimio, familiares, su médico y personal del sanatorio. En el instante de su muerte, estaban de rodillas. Cinco días antes había cumplido 32 años.
Se hicieron presentes muy pronto los HH. Valero, Miguel Angelino y Vital, miembros de su familia y el Sr. Américo Guerra.1 A las 7:30, sus restos fueron transportados a Luján. La ambulancia mortuoria desfiló lentamente frente al colegio San José, en el que actuara todos esos años. En Villa San José lo esperaban sus familiares, Hermanos de las comunidades y todos los alumnos de los Quintos Años de su colegio.

Se celebró la Misa de cuerpo presente. Durante la mañana continuaron llegando alumnos de Morón, quienes almorzaron en el colegio, fraternalmente invitados. A las 15.30 los alumnos de su colegio, de pie junto a sus restos, rezaron el Santo Rosario. Estaban todos los alumnos de quinto año.
El sepelio fue a las 16 hs. de ese día 2, en el panteón marista de Luján. Al salir de la Villa, se integraron las secciones de Mayores y Medianos del colegio. Exalumnos del C. San Vicente y del C. San José de Morón llevaron el féretro desde la puerta del cementerio hasta el panteón marista. Se cantó el “Líbera me, Domine”, hubo palabras de despedida del Hno. Provincial, y el canto de la Salve lo encomendó a la Reina y Madre de la Congregación.
El cronista dice: “Caía una tarde triste y con ella se apagaba la hermosa historia terrena de un Marista que había perseverado. Bendito sea el santo Nombre del Señor, por un nuevo apóstol de los niños que entró en la gloria.”

Abril 1941, pág. 477: “ESTUDIOS RELIGIOSOS. Los podrán apreciar por las notas merecidas y los raros claros que se observan. Vaya entonándose la comprensión de ese deber de suma trascendencia; empléense útil y metódicamente todos los instantes; haya ansias de ahondar en la ciencia religiosa y ascética.” A continuación “felicita muy de veras por haber terminado sus años” a doce Hermanos, entre quienes se cuenta a nuestro biografiado. Las notas de todos los Hermanos de la Provincia se encuentran más adelante. El H. Cipriano Raúl sobresale con dos nueves en “Historia de la Iglesia” y “Cristo en nosotros”, que era el título de un libro del Padre Plus. Tiene aprobadas asimismo Moral y Metafísica.
En la página 7 de abril 1944 se lo menciona como formando parte del plantel de Hermanos que dictaron cursos de verano a otros Hermanos. Y concluye el párrafo: “Es preciso destacar la sincerísima buena voluntad con que todos se pusieron a disposición de los Hermanos estudiantes.”

Julio 1944, pág. 61: “Nuevas del Hogar. Enfermos. El día 5 de junio, en el sanatorio Mitre de la Capital, fue sometido a una seria operación el Hno. Cipriano Raúl. Gracias a Dios el resultado fue satisfactorio y lo sigue siendo hasta la fecha.”
Agosto 1944, pág. 77: “El querido Hno. Cipriano Raúl se halla aún en el Sanatorio Mitre. Aunque la operación haya sido bien acertada y no haya por el momento, nada de inquietante, todos lamentamos que su organismo no reaccione con la celeridad deseada. El Rdo. Padre Delfín Grenón, S.J., accedió a llevarle la Comunión diaria y a prestarle su valiosa tutela espiritual. En la V. San José se hace especialmente violencia al cielo para acelerar la curación y en su Colegio de Morón se hizo celebrar una Misa con asistencia de todos los alumnos para implorar la misma gracia.”

Septiembre 1944, pág. 100: “De los corresponsales. Instituto San José (Morón): “Nuestro querido Hno. Cipriano Raúl sigue enfermo. Además de una Misa impetratoria, pidiendo su restauración, la Comunidad ha iniciado una novena con el mismo fin. En momentos de enviar esta crónica se está realizando otra novena, para obsequiarle un ramillete espiritual en el día de su cumpleaños.”
Sigue la nota necrológica: Ecos de Familia, setiembre 1944, pág. 106 – 108.

Hno. Cipriano Raúl
En la noche del 1º de septiembre entrego dulcemente su alma al Creador el querido Hno. Cipriano Raúl. Muere joven –cinco días antes cumplió 32 años- pero empleó hermosamente su vida en el abnegado servicio de Dios N. S. y en la preparación de una muerte admirable.
Internado en el sanatorio Mitre el día 1º de junio, fue sometido a una peligrosa operación –una nefrectomía- el día 5 de ese mes. La intervención en si resulto satisfactoria y durante todo el mes de junio se abrigo la esperanza de que su organismo se sobrepusiera. A principios de julio se definieron varias graves complicaciones, las que se fueron atenuando y extendiendo cada vez más. Todo ello le origino crueles sufrimientos, los que sobrellevó con ejemplar resignación. Su paciencia constituyo la edificación de sus Cohermanos y la sorpresa no reprimida de los extraños. La dulzura siempre inalterable de sus palabras y la tranquilidad de sus gestos en medio de los más agudos, persistentes y molestos dolores, simplemente pasmo a médicos y personal del sanatorio, quienes no encontraban palabras para ponderar la excelencia de una fe que comunica tanta fortaleza.

Al llegar al 20 de agosto, más o menos, hubo ya que abandonar toda esperanza de restauración, por lo cual se procedió a aconsejarle la recepción de los últimos auxilios espirituales. El querido enfermo agradeció vivamente se tuviera con él esa caridad y solicito se le administraran el mismo día en que se le comunico la noticia, y así, a las 20 del día 25 de agosto, con sentimientos de vivísima piedad, no exenta de cierta particular alegría, recibió la santa Unción de manos del Rdo. P. Grenon, S. J., quien había sido su abnegado capellán durante la enfermedad. En el mismo acto se le administró la bendición papal. Asistieron a la edificante ceremonia varios HH. de su Comunidad y de las casas de la Capital. El domingo 27 pidió se le aplicara la comunión como Viatico. Pudo luego comulgar cinco veces con gran devoción.

El día 31, jueves, por la tarde, el medico anuncio que no viviría ya 24 horas. Él no se inquietó. –“Nunca estaré tan bien preparado como ahora”. A un señor, relacionado con el Colegio de Morón, que le visitaba asiduamente, le confió: “Voy a morir. Y, en verdad, prefiero ahora esa partida. ¡Estoy tan bien preparado para la muerte!”. Tres largos meses de cruel enfermedad, fielmente soportada por Dios N. S., lo habían madurado para el Cielo. Había algo que llamaba poderosamente la atención de quienes lo visitábamos: su absoluta serenidad. Era el viajero que partía sin la más mínima preocupación. De nada se interesaba ya.
¡Envidiable, por cierto, este ejemplo de lo que será la partida de todo buen religioso! Los que conocimos desde años al Hno. Cipriano Raúl admiramos en él una notable cualidad: la modestia. Era muy difícil que hablara ventajosamente de sí mismo. Quien esto escribe jamás le oyó una propia ponderación. Esa misma cualidad resplandeció en el en el trance supremo, se le escapo algún quejido irreprimible de dolor, pero no hablo de sí mismo, de sus cosas, de cuanto había hecho, de ciertos trabajos que le eran caros y que ahora abandonaba.

Desde varias noches atrás se le asistía continuamente. No hemos de perder la oportunidad de dejar constancia del hermoso ejemplo de espíritu de familia dado por los carísimos Hermanos de Morón, quienes ininterrumpidamente le visitaron durante su enfermedad. Diariamente se llegaba alguno a visitarle. A ellos se agregaban diversos HH. de las Comunidades de Capital, particularmente de la Casa de la Sagrada Familia, quienes con el Hno. Director a la cabeza, se habían constituido en verdaderos enfermeros suyos. Todo esto alecciono bellamente al personal del sanatorio.
La noche de su fallecimiento una enfermera hubo de exclamar: “¡Que cosa! ¡Cómo se quieren los Hermanos! ¡Siempre estaban aquí y siempre angustiados porque no mejoraba!”.

Al llegar a las 21 del viernes 1, el Hno. Julio Rafael sintió que debía comenzar el rezo de las oraciones por los agonizantes. Algo indicaba que la muerte se acercaba. El enfermo siguió piadosamente las oraciones de la recomendación del alma, las letanías de los agonizantes y las oraciones del artículo de la muerte, contestando perceptiblemente cuando su agitada respiración se lo permitía.
En ese momento tenía entre sus manos el crucifijo de su profesión y sobre el pecho una estampa con reliquia del Vble. Padre. Después de haber terminado todas esas plegarias preparatorias, el Hno. Julio leyó la fórmula de la renovación de los votos y el acto de resignación a la muerte, los que el enfermo repitió silenciosamente. Faltaban solo cinco minutos para las 22 cuando, ante una pregunta del Hno. Julio, el moribundo dijo que se sentía feliz de morir como religioso y en un primer Viernes del Sagrado Corazón, prometiendo acordarse de él, del Colegio de Morón y de todos una vez llegado al Cielo. Continuamente se le sugerían jaculatorias, sobre todo la del día: “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”.
Dos minutos antes de morir, lucido aun, manifestó estar cansado, por lo que se le recomendó acompañar solo mentalmente lo que se iba rezando. Se empezó por segunda vez las oraciones por los agonizantes y al promediarlas, suavemente, sin un gesto demudado del rostro, como quien se duerme naturalmente, expiró.

No hubo sino que continuar lo que en ese momento se recitaba, a lo que se agregó de inmediato el De Profundis, las Letanías de la Sma. Virgen y el Santo Rosario. Se hallaban presentes los HH. Julio Rafael y Septimio, varios de sus familiares, su antiguo compañero y amigo Lucio Tortorici, el médico que le había atendido y personal del sanatorio. En el instante de su muerte dichosa todos se hallaban de rodillas.
Sus Hermanos cerraron los ojos y doblaron sus manos sobre el pecho. Conservo su cadáver en extraordinario aire de naturalidad, el que aun a las cinco de la mañana siguiente llamo la atención del Padre Grenón, quien se hiciera presente en el sanatorio para rezar un Responso por su eterno descanso: “Se diría que está durmiendo”, exclamó el buen Padre al verlo.

Cumplidas las primeras piadosas obligaciones se comunicó la triste nueva a su Colegio de Morón, a las Comunidades cercanas y al Rdo. Hno. Provincial, quien se hallaba en Pergamino. Desde el 18 de agosto, fecha en que el Rdo. Hno. Provincial se despidiera del enfermo para iniciar su visita por las comunidades del norte, se le había escrito diariamente informándole sobre la marcha de la enfermedad. Pocos momentos después se hacían presentes en el sanatorio los HH. Valero y Miguel Angelino y luego el Hno. Vital, varias de sus familiares y el Sr. Américo Guerra. Antes de la 1 de la mañana fueron despachadas telegramas, comunicado el fallecimiento a las comunidades lejanas.

A las 7:30 el cadáver fue retirado del sanatorio y transportado a Lujan. Como sencillo homenaje al carísimo difunto, la ambulancia en que era llevado desfilo lentamente por frente al Colegio de Morón, donde actuara durante tantos años.
En Luján era esperado por sus familiares, por todos los moradores de la Villa, por todos los Hermanos de su Comunidad de Morón, por la totalidad de los alumnos de Quinto Año, por grupos de alumnos de otros cursos y por varias familias. Se veían igualmente varios HH. del Colegio de Luján, del Instituto Alvear y de la Capital.
Se procedió en seguida a cantar la Misa de cuerpo presente, la que fue seguida en medio de extraordinaria unción. Durante toda la mañana siguieron llegando alumnos del Colegio de Morón, los que, muy gentilmente, fueron atendidos para almorzar en el Colegio de Luján.

Las selecciones de la Villa se turnaron, durante la tarde, para el rezo del Rosario y del Oficio de Difuntos. Cerca de ochenta alumnos de Morón se congregaron a las 15:30, de pie, alrededor del féretro para rezar el rosario. Era un espectáculo realmente conmovedor. En esos instantes llego el Rdo. Hno. Provincial, quien no había podido obtener para antes ningún medio de transporte a Luján. Su presencia, como si se hubiera tratado de la de un padre del difunto, tuvo la virtud de provocar hondísima emoción, pudiéndose apenas sostener el rezo del rosario que en esos momentos se entonaba.

A las 16, congregaba ya toda la Villa, se entonó el jubiloso In Paradiso y el recogido cortejo desfilo hasta el cementerio. Delante iban, en dos filas, los moradores de la Villa, entonando espaciadamente versículos del Miserere. Detrás seguía una compacta e impresionada concurrencia, rezando el Sto. Rosario. Al salir de la Villa se agregaron las secciones de Mayores y Medianos del Colegio de Lujan. Exalumnos de San Vicente y del Instituto San José de Morón llevaron el féretro desde la puerta del Cementerio hasta el panteón marista. Se cantó el Libera Me y luego las vibrantes frases de la Salve. Se colocó el cajón en el nicho designado y el Rdo. Hno. Provincial pronuncio breves palabras de circunstancias. Por largo rato, Hermanos, familiares, alumnos y amigos del extinto demoraron su permanencia en el Cementerio. Caía una tarde algo triste y con ella se apagaba la hermosa historia terrena de un marista que había perseverado fiel.
El Hno. Cipriano Raúl, en el mundo Tomas Antonio Fernández, nació en La Plata. Ingreso al Juniorato en diciembre de 1926, viniendo de la Escuela San Vicente, de la que fue alumno durante cinco años. Pasó al postulantado en febrero de 1928 y vistió el santo hábito en enero de 1929. Tras el noviciado y un año de escolasticado fue destinado, a principios de 1931, al Colegio de Pergamino. Actuó después en el Colegio La Inmaculada (1932 y 1933), Instituto Peralta Ramos (1934 y 1935) e Instituto San José (Morón), desde 1935 hasta su última enfermedad.

Se distinguió siempre por su abnegada dedicación al trabajo, por su trato a la vez serio y agradable con los alumnos, por el constante empeño que ponía en la formación religiosa de los mismos, por su hondo sentido de la responsabilidad. Sabia vigilar, sabia corregir y era de mucha autoridad, todo lo cual no impidió se le profesara una profunda estima por parte de sus educandos. En los tres últimos años se había consagrado con vivo empeño a la obra del Centro Interno de Acción Católica, en la que llego a destacarse como un Asesor de notables condiciones. Formo un grupo de jóvenes que difícilmente se olvidaran de sus lecciones y tenía el Centro Interno más ordenado de la Arquidiócesis de La Plata. Participaba con mucho interés en todas las manifestaciones de la A. C. Precisamente la noche de su muerte se cumplía un año exacto de su regreso a la Quinta Asamblea de Mendoza, a la cual llevo 25 jóvenes, por los que se preocupó extraordinariamente, según recordaran los Hermanos Asesores que viajaron a la ciudad andina y los HH. de la Comunidad de Mendoza.
Era una esperanza para la Provincia. Hubiera realizado mucho bien. Dios ha querido llamarlo y edificarnos con su muerte envidiable y santa. ¡Bendito sea su sagrado nombre!

EL AMIGO, abril de 1945, pág. 381 – 385, aporta la crónica de la fiesta de despedida del año anterior. Del discurso del bachiller “Medalla de Oro”, alumno Julio César Minuto entresacamos. “(…) Cabría terminar así. Pero es imposible. En esta tarde de jubilosas presencias, no nos apartamos del recuerdo de nuestro gran ausente, el maestro amigo y fiel que se anticipó definitivamente a esta cosecha dorada que durante años entreviera, anhelara entrañablemente y preparara con sabiduría y amor. Hablo del Hno. Raúl. Nítida, luminosa, afectuosa, vive con nosotros en esta tarde su imagen. Y por él, en estos instantes solemnes y decisivos, surge nuestra reiterada petición: que el Señor lo tenga junto a Sí, en el goce del triunfo definitivo y eterno.” Poco más abajo, en página 385, se sintetiza otro acto de despedida, con altas presencias de autoridades. En cierto momento leemos: “Hizo uso de la palabra el Hno. Antonio, sustituyendo, como él dijo, al recordado y llorado Hno. Raúl; sus palabras fueron escuchadas con emoción y saludadas con calurosos y nutridos aplausos.”

¡Cómo no mencionar su gran amor apostólico, la JUVENTUD DE ACCIÓN CATÓLICA, la por siempre J. A. C.! Recordemos que acompañó a 25 jóvenes a la V Asamblea Nacional celebrada en Mendoza en el año 1943. En página 401 de EL AMIGO, se crónica la asamblea local, del mismo colegio, y leemos: “Hablaron después los miembros salientes, quienes tuvieron palabras de recuerdo para quien fuera su dirigente y amigo, el Hermano Raúl (q. e. p. d.).” Ha sido demasiado importante la tarea de Acción Católica que han desarrollado nuestros colegios en esos años, como para que no quede un solo rincón que la mencione, en ninguna parte.

Ecos de Familia, octubre 1944, pág. 114 “Instituto San José (Morón). Todavía vivimos bajo la impresión a la vez dolorosa y muy edificante del fallecimiento de nuestro querido Hermano Cipriano Raúl. Para todos los Hermanos que siguieron tan de cerca el proceso de su enfermedad y fallecimiento, este dichoso desenlace ha de ser indudablemente un aliciente poderoso en medio de las fatigas o penas que puedan sobrevenirles en su apostolado.
El día 9 se rezó una Misa por su eterno descanso, con asistencia de todos los alumnos del Colegio y de numerosas familias. Encargaron, por otra parte, Misas especiales que se han ido rezando durante el mes de septiembre, los alumnos de Quinto Año, los de Cuarto, los de Segundo y el Centro Interno de Acción Católica.

A más de cien subieron las notas de pésame llegadas al Colegio con ocasión del fallecimiento de nuestro Cohermano. Entre todas, destaquemos la nota de la benemérita Comunidad de Hermanas de María Auxiliadora de esta ciudad, la que venía acompañada de un Ramillete Espiritual, tejido por las Hermanas y sus alumnas y cuyo detalle es el siguiente: Misas: 650; Comuniones: 520; Vía Crucis: 484; Rosarios: 830; Visitas al Ssmo.: 5.200; Jaculatorias: 15.100. Este obsequio constituye una muestra incomparable de caridad.”
Noviembre 1944, pág. 133: “Escuela San Vicente. El 8 de octubre, Misa de Requiem, organizada por la Sociedad de Ex – alumnos, en sufragio del alma del Hno. Cipriano Raúl, ex – alumno de esta Casa. Después de la Misa, colocación de su retrato en la sede social de la Sociedad.”
Revista EL AMIGO, Octubre 1944, pág. 177.

Memento por el Hno. Raúl.
Era el dos de septiembre. Había no sé qué presagio de amargura en esa luz tan pálida de la mañana. Había algún anticipo de tristeza en ese llegar nuestro tan lánguido al Colegio. La mañana se abría como una inmensa campana sonora, pero su resonancia despertaba misteriosos tañidos de luto en nuestros corazones…
Lo sabíamos enfermo. Lo sabíamos muy grave. Muchas tardes, al salir de clase, nos habíamos agolpado juntos a su lecho de macerado sufrimiento de noventa días. Nuestro afecto de discípulos no se avenía a la separación que por momentos columbrábamos decisiva. El Señor sabe cómo y cuantas veces le imploramos en esos días finales nos devolviera al amigo, más que profesor, al maestro bueno de nuestros pasos juveniles, que lentamente descendía…

Convocaba la vieja campana parroquial a la Misa temprana y su voz honda y musical se nos antojaba un largo lamento de dolor.
Entramos al Colegio. Un desgarrado silencio aquietaba los patios y las aulas. Unos instantes después la voz dolida del Hno. Director nos participaba la irreparable noticia: el Hno. Raúl santamente, como en volandas de ángeles, había volado al Cielo la noche anterior.
La aflicción nos entorno los ojos. Sumergidos en los senos de nuestras almas ahí descubrimos el rostro tantas veces contemplado. Entrevimos aquel sesgo serio y a la vez amistoso, aquel aire juvenil y a la vez maduro, aquel perfil reflexivo y a la vez desbordante de bondad. En el alma vimos su rostro de recuerdo: porque este maestro que partió nos había labrado a sui imagen y semejanza, cumpliendo la tarea creadora que es la impronta de autenticidad de todo maestro de vocación…

Él nos había enseñado a orar. Él nos había amaestrado en la plática escondida con el Señor. Él nos había adiestrado en las sutiles técnicas del divino comercio. Y he aquí que ahora rezamos por él. He aquí que la brújula de nuestro corazón se había enderezado hacia el Señor y le había dicho que sí, que aceptaba dócilmente su fallo amoroso. Y bien estaba que supliéramos por él el goce del eterno reposo: una mínima fatiga es impagable para siempre y el Hno. Raúl se había impuesto por nosotros un rio sin medida de fatigas jubilosas, por nosotros había quemado hora a hora el hiriente fuego de su salud…

Silenciosos lo esperamos en la puerta de la Villa San José. Por él se elevó la muchedumbre de las voces de sus Hermanos en una Misa grave y majestuosa, como el clarín pausado de muchos ángeles. Su Quinto Año se apretaba alrededor del féretro. Orábamos con la húmeda oración de las lágrimas y con insistencia golpeaba en nuestra memoria el recuerdo de su definitiva lección: la noble lección del bello morir, como corona merecida del virtuoso vivir. Levanto el sacerdote el Pan del Holocausto y el Cáliz resplandeciente de la Sangre del Señor: pocas veces en la vida dijimos y diremos con mayores ansias las palabras apaciguadoras y redentoras: ¡Señor mío y Dios mío!
Dichoso era estar, sin embargo, al lado de aquel féretro silencioso. ¿Cómo apartarse de quien había sido compañero inseparable de nuestro crecimiento durante largos, venturosos y ahora para siempre inolvidables jornadas…?

Llego la tarde, El oro del sol era un oro de melancolía. Muchas voces de Morón se congregaron alrededor del túmulo para entonar el Santo Rosario, Frente a la ejemplar verificación era dulce musitar: “… Ahora y en la hora de la muerte…”
Vibro el templo con las frases proféticas del In Paradiso. Ya desfilaba una recoleta muchedumbre hacia el Lugar Santo. Delante los estudiantes maristas, recitando las austeras melodías del gregoriano, tan puras y adecuadas que sonaban como la descarnada voz de nuestras almas. Después nosotros y otros compañeros de Morón. Y los Superiores de la Congregación, los Hermanos de Morón, amigos, ex-alumnos, familias, alumnos de Luján… Caminaron lentos nuestros pasos quejumbrosos y dijeron, veladas, nuestras voces las dulzuras del Rosario.

Nuestro pulso vacilante transporto los restos mortales hasta el panteón marista, severo y religioso. El dolor del ultimo Libera Me, las jubilosas estrofas de la Salve y fue ascendido el féretro al nicho de la quietud postrera. Palabras finales del Rdo. Hno. Provincial y demora larga de nuestras miradas y de nuestras voces en la serenidad de la tarde que descendía callada y doliente.
El Señor guarde en su Gloria al que fuera maestro y ejemplo, amigo y guía, hasta el día del glorioso Encuentro…
Quinto Año…

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