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HNO. BLAS RODOLFO

Nombre Civil: Audonaro Ruiz.

Fecha de Nacimiento: 27/01/1923.

Lugar de Nacimiento: Arenillas de Buño Pérez — España.

Fecha de Profesión: 02/02/1941.

Fecha de Defunsión: 14/05/1942.

Profeso temporal 1920 – 1942.
Nacimiento: España 27/ 1/1923.
4/12/1934: Junior en Carrión de los Condes.
4/ 5/1937: Junior en Luján.
2/ 2/1941: Primera profesión
1941: Hermano Escolástico.
Infección de enteritis.
Fallece en el Hosp. Pirovano.
+14/ 5/1942 19 años

Audonaro Ruiz nace en Arenillas de Buño Pérez el 27 de enero de 1923. Sus padres, labradores, son Pedro y Rosanna Ruiz.
El 4 de diciembre de 1934 ingresa al Juniorado de Carrión de los Condes. En abril de 1937 su grupo embarca hacia nuestro país. Desembarcan el 4 de mayo. En la vida del novicio H. Rodrigo Silvio encontramos más datos.
Luego del Postulantado, inicia el Noviciado el 2 de febrero de 1940, y profesa sus primeros votos en igual fecha de 1941, día de la Candelaria.

Hombre de físico fuerte, buena corpulencia. Sus manazas aparecían y eran fuertes. Sin embargo, Escolástico, aparecen los primeros síntomas de su enfermedad, que sería terminal: infección por enteritis. Se lo interna en el Hospital Pirovano (Bs. Aires). Los Hermanos de la Casa de la Sgda. Familia, por pedido del Hno. Provincial, lo visitan a diario. La infección, indominable, lo consumía sin que los médicos pudieran nada contra ella. Su deceso tuvo lugar el día de la Ascensión del Señor, poco después de las dos del 14 de mayo, 1942.

De la nota del Hno. Vital, Director de la Casa de la Sgda. Familia. (Ecos de Familia,
diciembre de 1942.) Fue titulada:

“Ultimos días del Hermano Blas Rodolfo.”
“…hoy, a no dudarlo, goza de Dios con los ángeles, que empezó a ver en su lecho de agonía, según lo dijo a los que lo rodeaban. (…) Ante los progresos de la implacable enfermedad, el Hno. Provincial había solicitado que se lo mantuviera continuamente informado sobre su estado y que se lo visitara a menudo. “Desde entonces no se dejó pasar ni un solo día sin visitarlo. La enfermedad avanzaba. Se creyó por ello prudente llamar a consulta a los más prestigiosos médicos del establecimiento, encabezados por el Dr. Patiño Meyer, director de la sala. Los análisis y las observaciones resultaron muy desfavorables.
Ante tal resultado, el Dr. Rafael Monsoliú, médico de cabecera del enfermo, me llamó aparte, y después de haberme detallado el estado infeccioso de la enteritis que lo consumía, me dijo” < Hermano, nosotros hemos hecho lo posible. Me parece que la medicina no va más lejos. Sin embargo, lucharemos hasta el final: Dios hará lo demás… ¡Pobrecito, era tan buen muchacho! > A raíz de tal conversación, y con el espíritu apesadumbrado, me consideré en la triste obligación de advertir al Hno. Blas Rodolfo sobre la gravedad de su mal.”

De a poco fue avanzando en el tema, hasta que llegó el momento y le aclaró la situación. El Hermano dijo: “Ya sé que mi enfermedad no tiene cura; el Hno. Mariano me lo había dicho hace poco… Sin embargo, no pensaba morir tan pronto, me parecía que todavía podría vivir unos seis meses, quizás un año.” Y más adelante, en el mismo diálogo, “Sí, Hno. Director, Dios me puede llamar cuando quiera… ¡Pero morir tan joven!

¡Morir sin haber pagado, a lo menos en parte, lo mucho que debo a la Congregación! ¡Y morir fuera de casa! “Y por tres veces añadió: “¡Lléveme a la Editorial!” Y poco después: “¡Tener que resignarme a morir sin mi sotana.” “Yo le traeré una de las mías; como los dos somos petisos, verá Vd. que le queda lo más bien. ¿Está conforme? “Se sonrió y quedó satisfecho, aunque por breves momentos.” Tras otros pasos del diálogo, terminó diciendo:
“Sí, el sacrificio ya está hecho. ¡Sea lo que Dios quiera! Pero, ¡sabe Vd. lo que cuesta esto!”

Distintas circunstancias posteriores de gran interés son aportadas por el Hno. Vital. El día 13 lo acompañó dos horas por la tarde, retirándose a las 9/pm. Y a su pluma debemos saber que el Hno. Blas Rodolfo falleció poco después de las dos de la mañana, luego de que la Hermana enfermera se detuviera en visita junto a su lecho. El paciente había enseguida juntado sus manos sobre el pecho. Al volver pronto la Hermana, había fallecido. Y dice la crónica: “Su cuerpo reposaba en actitud digna, una tranquila sonrisa iluminaba su rostro y sus ojos estaban entreabiertos. Apenas cundió la noticia de su fallecimiento por la casa, un enfermo exclamó:

“¡Ha muerto el Hermano Marista, ha muerto el santo! ¡Era un mártir: por sus dolores, por lo largo de su enfermedad, por su paciencia, porque nunca se quejó!” Y la Hermana mencionada: “He visto morir a muchos enfermos sin conmoverme mayormente, pero hoy, ante la muerte de este santito, se me anudó la garganta y me parecía como que me ahogaba. “ La nota concluye comunicando que fue amortajado con la sotana prometida, trasladado a la Capilla de Villa San José, la actual, que a la mañana siguiente se celebró la Misa de cuerpo presente, siendo luego llevado al panteón familiar en el cementerio de Luján.”

ULTIMOS DIAS DEL Hno. BLAS RODOLFO
Una vez más acaba de verificarse lo acertado de esta consolada sentencia de nuestro Vble. Fundador, en la persona de aquél que, ayer nuestro Hno. Blas Rodolfo, hoy a no dudarlo, goza de Dios con los ángeles, que empezó a ver ya en su lecho de agonía, según lo dijo a los que le rodeaban.

Desde algunos días, a pesar de las atenciones que le prodigaban los facultativos y de los solícitos cuidados de la Hermana enfermera, nuestro Hermano iba debilitándose sensiblemente.
El Rdo. Hno. Provincial, al tener noticia de los progresos de la implacable enfermedad, aconsejó se visitara a menudo al paciente y se le tuviera continuamente informado sobre su estado.
La Comunidad de la Sagrada Familia tomo muy a pecho la advertencia del solícito Superior, interpretando sus deseos paternales como una grata imposición y como un imperioso y fraternal deber para con el querido enfermo. Desde entonces no se dejó pasar un solo día sin visitarlo.
La enfermedad avanzaba. Se creyó, por ello, prudente llamar a consultar a los más prestigiosos médicos del establecimiento, encabezados por el Dr. Patiño Mayer, director de la Sala.

Los análisis y las observaciones resultaron muy desfavorables. Ante tal resultado, el Dr. Rafael Monsoliú, médico de cabecera del enfermo, me llamó aparte, y después de haberme explicado detalladamente el estado infeccioso de la enteritis que lo consumía, me dijo: “Hermano, nosotros hemos hecho cuanto podíamos. Me parece que la Medicina no va más lejos. Sin embargo, lucharemos hasta el final: Dios hará lo demás… ¡Pobrecito! ¡Era tan buen muchacho!”

A raiz de tal conversacion, y con el espiritu apesadumbrado, me considere en la triste obligacion de advertir al Hno. Blas Rodolfo sobre la gravedad de su mal. Con la diplomacia que se supone y con mucho cariño, lo fui preparando paulatinamente hasta que juzgue lelgado el instante oportuno para él el momento en que tendria que franquear el gran paso de este mundo a la eternidad y rendir cuenta de su vida, a Dios.
-Ya sé que mi enfermedad no tiene cura. El Hno. Mariano me lo habia dicho hace poco. Sin embargo, no pensaba morir tan pronto; me parecia que todavia podria vivir unos seis meses, quizas un año…

-¿Asi que Ud. estaba preparado, Hno. Blas, para hacer a Dios el sacrificio de su vida?
-Si, Hno, Director, Dios me puede llamar cuando quiera… ¡Pero morir tan joven! ¡Morir sin haber pagado, a lo menos en parte, lo mucho que debo a la Consagración! ¡Y morir fuera de casa!

Y por tres veces añadió:
-¡Llévame a la Editorial! ¡Llevame a la Editorial! ¡Llevame a la Editorial!
-Aquí no esta Ud. fuera de casa desde que cumple las ordenes de los Superiores. Cuando este mejor lo llevaremos con gusto a la Editorial.
-Gracias… Pero, no habra tiempo, pues que me quedan pocos dias de vida. ¡Y mi sotana! ¡Tener que resignarme a morir sin mi sotana!
-Yo le traere una de las mias; como los dos somos petizos, vera Ud. que le queda lo mas bien. ¿Esta conforme?
Se sonrio y quedo satisfecho, aunque por breves momentos, pues no tardo en volver al tema que le preocupaba:
-¿Asi que no hay remedio para mi? ¡Dios mio! ¡Morir fuera de casa y sin mi sotana!
-Lo que Ud. tiene que hacer es abandonarse eternamente en las manos de Dios.
-Sí; el sacrificio ya está hecho. ¡Sea lo que Dios quiera! ¡Pero, Ud. sabe lo que cuesta esto!

Como su estado no me parecia peor, y la hora de la noche era muy avanzada, crei prudente retirarme, no sin haber avisado de antemano a la Hermana que no le dejara solo, y que me llamase por telefono si llegaba a empeorar.
A mi regreso, por la mañana del dia siguiente, lo halle durmiendo con las manos juntas sobre el pecho. No quise despertarle y emprendi una vuelta por la sala: a un enfermo le hablaba de cosas que le interesaban, a otro le daba un buen consejo, consolaba a un tercero que se quejaba de sus dolores… Apenas transcurridos unos minutos, me sentí llamar por mi nombre. Era el Hermanito que se habia despertado…
Su conversacion esa mañana era menos animadad, entrecortada por espacios de somnolencia más o menos largos, provocados por la aplicación de una inyeccion de eucodal que se le habia administrado para calmar sus dolores.

las dos horas me despedi. Por la tarde, como de costumbre, se llego hasta el hospital, con objeto de hacerle compañía, el Hno. Marcial. Los dolores habian disminuido considerablemente; la conversacion era mucho menos incoherente, y parecia haber recorbrado su animo habitual. A eso de las 18 se retiro el Hno. Marcial y aun no habia llegado a casa, cuando la Hermana comunicaba por telefono que el enfermo acababa repentinamente de empeorar:

-“Vengan pronto –añadio- que el asunto se pone serio…”.
Cuando llegue al Hospital, el enfermo ya habia vuelto en si, estuve dos horas con el, y, alrededor de las 21 lo deje, encomendandole a los cuidados de las buenas Hermanas, prometiendole volver al dia siguiente muy temprano.
La Hna. Enfermera le visito hacia las 2 de la mañana por un breve espacio. Al retirarse, el enfermo junto sus manos sobre el pecho. Cuando unos instantes después volvió a pasar a su lado, el alma del dichoso Hno. Blas Rodolfo había volado al Cielo. Su cuerpo reposaba en actitud digna, una tranquila sonrisa iluminaba su rostro y sus ojos estaban entreabiertos… Era el 14 de mayo, fiesta de la Ascensión del Señor.
-He visto morir a muchos enfermos, decía luego la Hna., sin conmoverme mayormente; pero hoy, ante la muerte de este santito, se me anudo la garganta y me parecía como que me ahogaba…

Apenas cundió la noticia de su fallecimiento por la casa, un enfermo exclamo:
-¡Ha muerto el Hermano Marista! ¡Ha muerto el Santo! ¡Era un mártir; por sus dolores, por lo largo de su enfermedad, por su paciencia, porque nunca se quejó!
He ahí la última y edificante impresión que dejo alrededor de si esa alma sencilla, prototipo del verdadero Hermanito de María.
Se amortajó su cuerpo con la sotana prometida y se llevaron sus despojos a la Villa “San José”.

A la mañana siguiente se celebró un solemne funeral de cuerpo presente en la Capilla “San José”. Terminado el oficio litúrgico, se le llevo al panteón familiar, donde juntamente con sus Hermanos de religión que le precedieron en la tumba, espera el día de la resurrección final.

Resumen de una nota del Rdo. Hermano Vital.

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