VÉRRIERES – LYON
Su madre, María Teresa, lo impulsó a sostener la decisión y el ESFUERZO para ingresar al seminario y lo animó fervientemente. Ella fue quien le sugirió realizar una peregrinación a la tumba de San Francisco Regis, en La Louvesc. Al regreso de aquella peregrinación y a pesar de la tenaz oposición de su cuñado, Marcelino comunicó a la familia su decisión de entrar en el seminario menor. Estaba convencido de que eso era lo que Dios le pedía y nadie iba a detenerlo. En 1805 finalmente ingresa al seminario de Vérrieres. La mayoría de los seminaristas se alojaban en una casa parroquial que era amplia pero estaba bastante destartalada. Para los que no cabían allí, hubo que hacer espacio en un granero próximo. Marcelino era más grande que la media de sus compañeros. Si en los estudios no destacaba, sobresalía, en cambio, en las tareas que requerían habilidad manual. A lo largo de los años de seminario, tuvo que luchar contra esa tendencia a desviarse en exceso hacia el trabajo físico, con el que conseguía resultados más tangibles que el esfuerzo intelectual. Marcelino terminó el primer año con negros nubarrones en el horizonte. El Padre Périer –director- dictaminó que no lo veía capacitado para el SACERDOCIO. Nuevamente su madre lo animó… nueva peregrinación, charlas con el párroco Allirot y éste con el Padre LINOSSIER que recién llegaba al seminario como profesor y el director le permitió un nuevo intento. Este segundo año, el 1806, comenzó con mejores auspicios. A pesar de las dificultades que le ocasionaba el estudio del latín, Macelino aceptó el desafío. Por esta época Marcelino estaba atravesando un período de juventud, caracterizado por algunas AMISTADES que lo llevaban a diversiones irreflexivas alejadas del modelo sacerdotal que se pregonaba. Pasó a formar parte de una grupo de amigos que recorrían las tabernas de la localidad en las horas libres, grupo que se autodenominó “La Banda Alegre”. Esta conducta le trajo nuevas dificultades para su permanencia en el seminario. En medio de esa situación se encontró con dos acontecimientos que tuvieron lugar en el verano siguiente y que contribuyeron a reflexionar y mejorar su mala conducta. El primero fue la muerte repentina de su amigo Denis Duplay, acaecida el 2 de septiembre de 1807. El segundo fue una seria conversación mantenida con el Padre Linossier que le planteó sin rodeos la necesidad de mejorar su actitud. Inició allí un proceso de TRANSFORMACIÓN en su vida. Se organizó mejor, se disciplinó en los estudios y los mejoró y comenzó un camino de vida espiritual que lo condujo a desplegar todo su potencial y su entrega. En 1810 muere su madre. No cabe duda que este triste hecho influyó para consolidar su crecimiento humano y espiritual. Ella había desempeñado un papel importante en el impulso de su vocación sacerdotal, y cuando murió, el joven redobló sus esfuerzos en el seminario menor. También en ese año y finalizando su estadía en el seminario de Vérriers conoce a otro seminarista, recién ingresado: Juan Claudio Courveille. Este joven iba a jugar un papel central en la primera andadura de la familia marista. El año 1814 encuentra a Marcelino junto a Courveille y a otro grupo de seminaristas en las instalaciones del seminario de Lyón, cercano a la basílica de Ntra. Sra. De FOURVIÉRE. Esta cercanía marcó la FORMACIÓN de los futuros sacerdotes con una especial devoción a María de la cual Marcelino se nutrió. Este seminario llamado de “San Ireneo” dio a la iglesia y al mundo un puñado de sacerdotes que hoy son Santos.
Los superiores y formadores de San Ireneo tenían a Marcelino en gran estima. Y la impresión general sobre él era muy favorable. Su vida espiritual crecía tal como se puede apreciar en algunas de las resoluciones que iba tomando y que hablan de su itinerario espiritual. La práctica de la caridad aparece repetidamente puntualizada. Los propósitos que tomaba para el tiempo de VACACIONES destacan el aspecto de la oración habitual y el ejercicio de la presencia de Dios. El seminarista organizaba cuidadosamente su vida espiritual durante aquellos períodos de descanso: oración, ayuno, visita a los enfermos, CATEQUESIS a los jóvenes. Cerca del antiguo molino de su casa donde trabajaba con su padre, ahora reunía a niños y adultos para darles la catequesis y hablarles de las misiones que estaban en la “otra parte del mundo”. Es en la vida del seminario Mayor donde se va tejiendo la primera idea y la incipiente organización de la futura “SOCIEDAD de María”. Un grupo de cerca de 15 seminaristas sueña proyectar su vida al servicio del mundo y de la Iglesia y ser en el siglo XIX lo que fueron los Jesuitas para el siglo XVI. El amor a María, la PASIÓN por dar a conocer a Jesús y su evangelio, ser parte de una familia y atender las misiones son los ingredientes que alimentaron los SUEÑOS de estos jóvenes seminaristas. Desde el comienzo Marcelino insistió en la necesidad de tener una rama de hermanos dedicados a la educación y la catequesis. Y él mismo se ofreció para llevarla adelante. El 22 de julio de 1816 Marcelino Champagnat vio colmada su aspiración de muchos años. Monseñor Dubourg, obispo de Nueva Orleáns, lo ordenó sacerdote. Con él se consagraban otros siete miembros del grupo que ya empezaba a ser conocido con el nombre de Maristas. Al día siguiente de la ordenación, los ocho nuevos sacerdotes, acompañados de otros cuatro seminaristas, peregrinaron a la basílica de Fourvière. Juan Claudio Courveille ofició la misa para el grupo. Seguidamente, los doce renovaron sus promesas y consagraron sus vidas a María. Este acto selló para siempre el nacimiento de la Familia Marista.