LA VALLÁ

Pocas semanas después de la ordenación y de la consagración en Fourviére, Marcelino se instala en la PARROQUIA de La Vallá. Esa sería su MISIÓN según se lo habían indicado los superiores. Encontrará a su llegada, una parroquia devastada, con un cura párroco quebrado y una feligresía alejada de Dios y con costumbres que dañaban la vida de las familias y del pueblo. Desde el comienzo organizó un plan de vida que hablaba de su corazón de PASTOR. Garantizaba buenos ratos de oración y meditación diarias, estudio, celebraciones litúrgicas y visitas a los enfermos y las familias de la zona. Preparaba con cuidado las explicaciones del evangelio que luego ofrecía a los fieles en la Misa y pasaba horas confesando a su gente. Activó la CATEQUESIS y el contacto cercano con los vecinos para irlos formando en los buenos hábitos. Pero todo era poco para tanta necesidad. La POBREZA, algunas ideas que venían de la mano de la revolución, la dejadez y el abandono, habían hecho estragos entre los habitantes de la Vallá y las zonas rurales aledañas. En sus visitas a los enfermos y a los más alejados del pueblo, descubrió que muchos no conocían nada de Dios. 

Marcelino conocía bien la carencia de escuelas que padecía Francia en los lugares alejados de las grandes ciudades. Un informe sobre educación de esa zona dice: “Los jóvenes viven en la más profunda ignorancia y malgastan su tiempo de una manera alarmante”. Y los maestros, lamentablemente, hacían el juego a esa situación. Esta realidad seguía alimentando el deseo de Marcelino de tener en la sociedad de María, una rama de hermanos enseñantes. El 28 de octubre de 1816, ocurrió un suceso que motivó definitivamente a Marcelino a poner en marcha su proyecto. Lo llamaron para que fuera a un caserío cercano donde un joven de diecisiete años estaba muriendo. El muchacho ignoraba por completo las verdades de la fe. Marcelino le enseñó, lo escuchó en confesión y lo preparó a bien morir. Luego salió para visitar a otro enfermo de las cercanías. Cuando volvió a la casa de los MONTAGNE, le dijeron que Juan Bautista ya había fallecido. Este encuentro transformó a Marcelino. El desconocimiento que el muchacho tenía sobre Jesús le convenció de que Dios lo llamaba a fundar una congregación de hermanos que evangelizaran a los jóvenes, en especial a los más desatendidos a través de la educación. De inmediato, invitó a Juan María Granjón a convertirse en el primer miembro de su comunidad de hermanos educadores. Juan María aceptó. Había una casita en venta, cerca de la casa parroquial. Marcelino quería comprarla, pero el cura párroco Rebod se oponía. Marcelino consiguió un préstamo de Juan Claudio Courveille y la adquirió. En seguida se pusieron a acondicionar la vieja casa. Hizo dos camas de madera y una MESA de comedor. Al poco tiempo otro integrante se sumaría a la comunidad que nacía. Era Juan Bautista Audras, el futuro hermano Luis, que no tenía aún quince años. El muchacho manifestó a Marcelino su decisión de consagrarse al Señor. Éste entrevistó a sus padres, y después de reflexionar serenamente en la oración sobre ello, invitó al joven Audrás a unirse a Granjon. Dos meses después los arreglos de la casa estaban terminados. Aquellos primeros discípulos se fueron a vivir allí el día 2 de enero de 1817. Ésa fue la fecha de la FUNDACIÓN de los Hermanitos de María. y esa casa, la “cuna” del Instituto. Sus miembros habrían de asimilar en esa humilde casita yen esa sobria vida familiar una espiritualidad cercana a la experiencia de Jesús, María y José en NAZARET. Espiritualidad basada en la presencia de Dios, la confianza en el cuidado de la Virgen María y la práctica de las “pequeñas” virtudes condimentadas por la humildad y la sencillez. 

La pobreza y la AUSTERIDAD reinaban en el Hogar. Los dos habitantes – Granjon y Audrás -compartieron la vida en la casa. Marcelino les enseñaba a leer y los formaba en las habilidades y el estilo propio para educar a los niños. También los fue introduciendo en la oración. Y les enseñó a fabricar CLAVOS para colaborar, con su venta, en el sostenimiento de la comunidad. Los dos jóvenes aspirantes asistían a Marcelino en las tareas pastorales. Visitaban y ayudaban alos ancianos de los caseríos, recogían leña para los necesitados y les llevaban comida con regularidad. Poco después Marcelino encargó a Claudio Maisonneuve, un ex hermano de La Salle, la instrucción pedagógica de su discípulos para que se iniciasen en la teoría y la práctica de la docencia. Pero Marcelino se reservó para sí la tarea de la formación religiosa y la preparación de base. Era un catequista consumado y quería que sus hermanos también lo fueran. De a poco fueron llegando lo otros miembros de la primera comunidad. El tercero fue Juan Claudio– hermano de Juan Bautista que vino a buscarlo y al final se quedó con él – Posteriormente tomaría el nombre de hermano Lorenzo. En el transcurso de los seis meses siguientes aparecieron tres nuevos candidatos, Antonio, Estanislao y Gabriel Rivat, conocido después como el hermano Francisco, que sería veinte años más tarde el sucesor de Marcelino Champagnat en calidad de superior de los hermanos. Para junio de 1818, eran ya seis los jóvenes que vivían en la casita de La Vallá. La mesa era el lugar del encuentro. Ella los reunía para la oración, la comida frugal, los estudios y las charlas donde se alimentaban los sueños y los proyectos. También los sinsabores y las CRISIS ,como la de 1822. Desde el comienzo Marcelino quiso mudarse con ellos. Pero por diferentes razones no lo pudo hacer, hasta que en noviembre de 1819 definitivamente se instala en la casa y compartirá de un modo muy HORIZONTAL, sin privilegios ni protocolos (raro en la época) toda la vida de los hermanos, como uno más. La primera escuela marista, también estuvo en La Vallá. El maestro que formaba a los hermanos en lo pedagógico era maestro de ella. Y en ese lugar los hermanos estrenaron sus primeras herramientas pedagógicas y catequísticas. Otros, enseñaban por las aldeas. Y Lorenzo enseñaba el catecismo en el Bessat y volvía a La Vallá una vez por semana para compartir la vida en FRATERNIDAD, alimentarse mejor y volver a partir. En una de las tantas salidas que solían hacer de a dos, Marcelino se perdió en medio de una tormenta de nieve con el Hno. Estanislao. Ambos estuvieron a punto de morir. Puestos de rodillas encomendaron su suerte a la Virgen, rezando el “ACORDAOS” y milagrosamente salvaron su vida. El año 1822 fue un año crítico para lo comunidad. La falta de vocaciones y las demandas de hermanos para más escuelas, hacían temer por el futuro de la congregación. Marcelino se encomendó a María una vez más. La crisis fue superada y la comunidad comenzó a crecer de tal manera que la casita de La Vallá les quedó demasiado chica… una nueva casa los tendría que alojar.

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