HERMITAGE
Hacia 1824 la congregación de Marcelino había crecido de tal manera que necesitaba la ayuda de otro sacerdote. El 12 de mayo el consejo arzobispal decidió enviarle al Padre Courveille.
La incorporación del sacerdote permitió a Marcelino disponer de más tiempo para dedicarse a un proyecto que llevaba años madurando: la construcción de un edificio con amplitud suficiente para albergar al cada vez más numeroso grupo de hermanos. Adquirió un terreno en un lugar apartado del valle de río Gier. Estaba flanqueado por abruptos declives de montaña, rodeado de un bosque de robles y disponía de riego abundante con el agua del río. A finales de mayo el vicario general Cholleton bendecía la primera piedra. La construcción comenzaba poco después. La nueva CASA se llamaría “L’ Hermitage de Nuestra Señora ”Marcelino y sus jóvenes hermanos trabajaron muy duro durante los meses de verano y el comienzo del otoño de 1824. Cortaban la ROCA y la transportaban a la obra, sacaban arena, hacían la mezcla y ayudaban a los albañiles. Estaban alojados en una vieja casa alquilada, y se reunían parala misa debajo de los robles. Este lugar fue denominado la capilla del bosque. Un viejo baúl hacía de altar. La comunidad se congregaba a orar al toque de una campana que estaba colgada de una rama. Allí se derrochaba entusiasmo: los jóvenes se ayudaban unos a otros. Y se sentían orgullosos de su TRABAJO.
A lo largo del período de construcción de aquella casa de cinco plantas, el fundador fue un ejemplo constante para sus hermanos. Era el primero que acudía al trabajo al comenzar el día y el último que lo dejaba al finalizar la jornada. Esta actitud de Marcelino aprobada y admirada por los hermanos, era muy mal vista por algunos sacerdotes. No veían con buenos ojos la imagen de un clérigo que llevaba la sotana manchada de cal y que tenía las manos rugosas por el trabajo manual. En cambio sus parroquianos estaban a favor de él. Aquella gente sencilla y laboriosa no sólo valoraba su amor por las almas sino que también lo admiraba como trabajador y constructor. El nuevo edificio estuvo en condiciones de ser habitado para el final del invierno de 1825. Y en mayo de ese año los hermanos de La Valla se trasladaron a vivir a Nuestra Señora del Hermitage. Marcelino tenía ya una casa MADRE para su Instituto.
El fundador no descuidó la formación de sus discípulos durante el tiempo que duró la construcción. A pesar de la fatiga que arrastraba tras la jornada de trabajo en la obra, cuando caía el día continuaba instruyéndoles en la vida religiosa y preparándoles para ser buenos educadores. Esto fue tejiendo la trama de la fraternidad en una comunidad que crecía rápidamente. De este modo, si bien la casita de La Vallá tuvo el privilegio de ser la primera que albergó a la naciente obra, el Hermitage se convirtió para la posteridad en “la Casa Madre”.
Allí los hermanos se formaban, vivían la vida cotidiana bañada en trabajo, estudio y ORACIÓN, no exenta de los momentos de recreación y las picardías de algunos hermanos muy jóvenes como SILVESTRE. Erala casa donde todos volvían durante el verano para los tiempos de retiro y DESCANSO. Al interior de sus paredes se fue dando ORGANIZACIÓN a la vida del incipiente Instituto y al DESPLIEGUE progresivo de su MISIÓN. Desde aquí salieron los primeros misioneros hacia OCEANÍA, y fue el lugar de partida de los viajes para PARÍS de Marcelino en busca de la aprobación legal de la Congregación. Aquí Marcelino escribió la mayor parte de las cartas que conservamos y atendió uno por unos los problemas de sus hermanos y celebró sus logros. Esta casa fue testigo de algunas crisis y ante la frágil salud de Marcelino la comunidad decidió buscar un sucesor en la persona del hermano FRANCISCO… casi un “alter ego” de Marcelino. En una de sus habitaciones en la madrugada del 6 de junio de 1840, mientras los hermanos cantaban la Salve, Marcelino entregaba su alma a Dios, luego de haber entregado su vida a la educación y la evangelización de niños y jóvenes, sobre todo lo más postergados.